“¡Ya es Nochevieja! -dijo mi incauta amiga a su marido- y, además, es nuestro aniversario de boda. Matemos un pavo para celebrarlo”. Él respondió: “Matemos a tu primo que fue el que nos presentó”. Y es que, amigos míos, poco o nada cambia una noche el escenario de nuestras vidas. Lo único que puede darnos un giro en algo que no llevemos del todo a gusto en nuestra existencia es nuestra actitud, pero no en una noche sino a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días. No, no teman, no voy a filosofar ni a realizar sermones por fascículos, pero, ya saben…, no sólo debe contar lo exterior: que si feliz año nuevo, que si mucho escote y mucha lentejuela, mucho matasuegra, mucho beso por aquí y abrazo por allá… También debe contar lo de dentro: …el hígado, el páncreas, el estómago, sobre todo a la hora de esos atracones de espanto que se pega la inmensa mayoría que consigue que no se le atragante la comida porque, “afortunadamente”, ha asumido y racionalizado que siempre habrá ricos y pobres y que, porque uno deje de comerse el pavo, no quiere decir que se lo pueda comer alguien que esté pasando hambre.
Por tanto, visto el patio, las mujeres que, al final, somos las que tenemos que enfrentarnos a los pucheros, devoramos revistas y páginas de internet en busca de la receta estrella o de cómo cocinar el pollo de plástico para que parezca un pato cinco estrellas. Y, cuando pasa la cena de Navidad y la de Nochevieja, con sus correspondientes comidas, meriendas y tentempiés, seguimos en busca de las recetas que nos permitan adelgazar milagrosamente los diez kilos que nos echamos a los riñones en cinco días. Sí, sí, ya sé. Ustedes me dirán que en estos días, en la medida que se pueda, hay que echar la casa por la ventana, sobre todo si está a punto de llevársela el banco, pero es que pasadas las dos noches más importante -festivamente hablando- de diciembre, aún nos queda la del cinco de enero. Y agárrense porque esta lleva roscón incluido, eso para ayudar a disolver los polvorones de las caderas. Claro, que siempre nos queda pedirles a sus Majestades que nos dejen vales de descuento en clínicas de estética. Aunque… este año está de moda pedir ser yerno de uno de los tres Reyes Magos, sin ser conscientes de que para tener guita no es necesario ser yerno de rey, sino tener tripa de chorizo.
Y es que el ser humano se mueve por impulsos, está claro. A veces esos impulsos nos convierten en héroes, otros en villanos, y, las más de las veces, en obsesos por aumentar lo que ya tenemos. Y eso va desde el dinero hasta la envidia. Ambos capítulos, entre otros, resultan insaciables.
De todas formas, y puestos a pedir, yo sigo fiel a nuestros Reyes Magos, que, como buenos magos, siempre tienen más posibilidades -aunque no siempre lo consigan- de dar en el blanco de la diana de nuestros deseos, mientras que el gordito vestido de rojo… si les cuento lo que le pasó a una de mis amigas… La Nochebuena, un tipo vestido de rojo entró por su chimenea, se abalanzó sobre ella que casi dormía y le hizo el amor de una manera apasionada… Mi amiga lo disfrutó todo lo que pudo, pero al acabar le aclaró que ella había pedido un “volvo”… A la pobre… le vino a tocar un Papa Noel disléxico.
Y volviendo a lo de dentro, a lo que realmente cuenta a la hora de pedir al nuevo año entrante o a los reyes, sean los de verdad o los de pega, tampoco lograríamos ponernos de acuerdo porque, si por una parte, yo misma, por ejemplo, me dedico a dar ánimos a mis amigos que pasan por una mala racha argumentado que todas las primaveras necesitan de inviernos, y todas las cosechas necesitan de tormentas y vientos porque sólo con el sol no podrían desarrollarse…, y, además, es algo que me creo a pies juntillas, lo cierto es que cuando se trata de consolar en esos términos a alguno de mis hijos no me valen esos argumentos. En esos momentos me gustaría tener una varita mágica capaz de apartarles todas esas tormentas, que yo argullo tan necesarias para el crecimiento, para la cosecha, para la primavera… En esos momentos me gustaría… es más, daría mi vida por evitarles sufrimientos, decepciones, lágrimas…
La verdad es que tanto el nuevo año como sus Majestades lo tienen muy crudo para complacernos. Debe de ser por eso que, evitando meterse en berenjenales, nos despachan con unos calcetines o un mal “volvo”. Porca miseria…
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