Hace mucho, mucho, que se pasa estudiando “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio”, como D. Quijote, y como otros muchos jóvenes, y así, de tanto leer, se corre el riesgo de que se les seque a todos el cerebro, como ya le ocurrió al hidalgo, y que la locura venga a extender sus dominios sobre los cerebros de tanta criatura que anda apostando su vida a la ficha que se juega hoy en toda España, aquí en el Campus de Espinardo: BIR; MIR, FIR… y cuantos ires se les ocurra, se realizan hoy. Un examen que puede cambiar la vida de tantos chicos y chicas.
Antes de entrar a la sala donde se realizará el examen, resoplan, intentando que al exhalar el aire lo hagan también la tensión, el nerviosismo, la inseguridad… Y que, con cada inspiración, venga a ellos la mismísima inspiración divina. Que los ángeles, los hados o los ancestros que puedan velar por ellos le soplen en la oreja del cerebro esa respuesta que llevan tanto tiempo estudiando y que puede que en el momento oportuno de escribirla desaparezca de su cabeza como por arte de birlibirloque. O no por causa de ese extraño arte, sino por motivos mucho más terrenales y prosaicas: un catarro, un primer día de regla, una noche de nervios y vómitos… nada trascendental a primera vista, pero que pueden ser, por separado y no digamos ya juntos, el detonante que mande a tomar viento a la farola horas, días, semanas, años… de estudio, de esfuerzo, de esperanza en un futuro poco prometedor, pero algo menos confuso y bastante más seguro que lo que tienen en las manos en este presente.
“Hoy puede ser un gran día”, dice una hermosa y optimista canción de Serrat. En realidad, todos los días pueden ser grandes días, porque el hecho en sí de estar vivo ya lo hace grande. Sin embargo, nuestros jóvenes que hoy se juegan su futuro y los muchos padres que andan poniendo velas a Dios y al diablo, si hiciera falta, con tal de que las criaturas desplegaran sus alas en busca de su futuro, no tienen tan claro que hoy sea ese día grande y perfecto hasta que no tengan en sus manos los resultados de los exámenes de sus hijos. Miles de candidatos para apenas unas pocas plazas en aquello que sueñan desarrollarse como personas. Con facilidad se olvida que, en ocasiones, no lograr lo que se pretende puede resultar el mejor golpe de suerte que dé la Vida. Por citar sólo un caso conocido, aunque existen cientos, les pondré a Julio Iglesias. ¿Quién le iba a decir a él que no llegar en el fútbol a donde quería llegar le iba a reportar tantos y tan buenos beneficios y una vida más que placentera. Ya sé que se me puede decir aquello de… como la zorra: si no se llega a las uvas, diremos que están verdes y no se las quiere. O aquel otro refrán que no me gusta nada de “mal de muchos, consuelo de tontos”. No. No hay consuelo para quienes han estado dejándose la piel durante mucho tiempo en la preparación de una oposición. Ni es consuelo lo que pretendo disparar con mis palabras “porsiaca”, es decir, por si acaso no lo consiguen. Quizá, lo único que pretenda hoy en donde alea jacta est (la suerte está echada) sea reflexionar, en letra impresa, sobre esa “suerte” buscada con encomiable esfuerzo por un alumnado que quiere comenzar, de una vez, a ser alumno del mundo, y a buscar en los libros el recreo y el gozo de leer, simplemente, por leer. Quizá, busque convencerme a mí misma de que no es bueno apostar el rojo de la pasión a un día porque la ruleta de la vida, con frecuencia, nos escupe el negro en los ojos. O, tal vez, sólo aspire, como muchos de esos padres que tienen miedo a soltar la bicicleta donde sus hijos ensayan la carrera de su propia existencia, a gritar en silencio un apoyo mudo, pero escandaloso de amor, a ese esfuerzo de nuestros hijos, porque los hemos visto estudiar con denuedo, y porque los años nos han enseñado que el esfuerzo en sí ya merece todo el reconocimiento posible, independiente de cuál sea el resultado conseguido.
Me consta que no siempre aprueban los mejores, que el factor “suerte” es tan elemental como el conocimiento que se tenga sobre la materia, como también me consta que pocos padres admitiríamos que nuestros hijos aprueban “por suerte”. Todos los padres sabemos que nuestros hijos son los mejores y que, si logran hoy el soñado aprobado en unos de esos múltiples IRES, será porque se lo merecen más que nadie. Faltaría más. Entretanto, y hasta saber los resultados de esas pruebas, todos los días siguientes, además de poder ser grandes días, seguirán siendo Días D, y, todas sus horas, Hora H.