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Ana María Tomás

Escribir es vivir

COMPLEJO DE URDANGARÍN

 

Todos, o casi todos, hemos oído hablar de los diferentes nombres otorgados a determinados trastornos psicológicos: que si el Complejo de Edipo, para quienes  presentan conflictos no resueltos con el amor materno -aunque Freud lo catalogara como el deseo inconsciente de mantener una relación sexual con la madre-. Que si el Complejo de Electra, o la contrapartida del anterior. Que si el Complejo de Casandra,  de Napoleón, de superioridad, de inferioridad… En fin, que andamos completitos de nombres entre mitología y cualidades para estipular goteras en la terraza.

Sin embargo, no tengo conocimiento de que haya un nombre que determine la sensación de creerse más que intocable y que, a la vez, añada la avidez de una ambición desmedida y enfermiza, así que, miren por dónde, le voy a regalar a la Psicologíael nombrecito. ¿Qué les parece llamar a ese “complejo” Complejo de Urdangarín?

Miren, es posible que hasta ahora esa… llamémosla perturbación no haya tenido nombre, pero les aseguro que sí ha tenido muchos adeptos, lo que ha ocurrido es que, tal vez, ninguno con el caché suficiente como para bautizarlo hasta que ha llegado el arrimado a la monarquía su Alteza real el duquesito Urdangarín. Pero estoy segura de que muchos de nosotros hemos oído hablar, y, lo que es peor, hemos visto a este tipo de personajes maniobrar con absoluta impunidad. Son los nuevos señores feudales escudados en castillos políticos, grandes empresas, oenegés, multinacionales o pequeñas asociaciones altruistas… “Mucho tonto vestido de sapiencia” que diría el poeta Miracles. Lo suficientemente tontos como para hacer negocios que perfectamente pueden descubrirse nada más que uno realice una pequeña operación matemática de egebé, es decir: Si el sueldo es de… tres, por ejemplo, cómo pueden mandar a sus nenes a estudiar en centros privados que ya les cuestan cinco, y pagar, además, facturas, comer, vamos… vivir, y encima construirse un chalecito a las afueras. Hay que ser tonto  de remate para pensar que nadie se va a dar cuenta de sus manejos, pero, claro, luego son lo suficientemente sapiencillos como para mover los hilos mediante coacciones, veladas amenazas, premios o vericuetos, para que aquellos que pueden descubrirlos o testificar para dejarlos con el culo al aire se den tres puntos en la boca. Absolutamente de manual de Complejo de Urdangarín. Que se creen intocables, que se imaginan que nada puede hacerse contra ellos, porque ellos están por encima del bien y del mal. Y, ¿saben una cosa? No imaginan la íntima alegría que me ha producido darme cuenta de que, aunque tarde, es posible que pueda llegar la justicia a alcanzar a esta gente. Me da como… como una bocanada de esperanza. Porque las cuentas siempre estarán ahí, y los chalecitos también. Y es posible que pase muuuucho tiempo. Es posible que no tengan ni que bajar la guardia porque para esos diosecillos el resto del mundo no existe y, por tanto, no tienen que protegerse de nada, pero aun así, aun sintiéndose los reyes del mambo, aun arrogándose toda la bonhomía del mundo, aun parapetándose en su hipócrita sonrisa… ahora sé que  puede llegar un día en donde se las hagan pagar todas juntas.

Siempre he pensado que nadie es honrado hasta que tiene la oportunidad de dejar de serlo y pasa de ella. Debe costar mucho saber que por tener un cierto cargo se puede tener mucho más y, sin embargo, se es capaz de mantener la ambición, la avaricia, la lujuria…, y sabe Dios qué cosas más, a raya. Urdangarín no es peor que Julián -el cachuli-, por ejemplo, o cualquier  otro corrupto que, desde su atalaya de poder, con más o menos glamour, se enriquece de manera fraudulenta o, directamente, metiendo la mano en el saco que se le ha confiado. En este caso, al yerno del rey no le ha perdido vender su primogenitura por un plato de lentejas o de caviar -a fin de cuentas ambos platos terminan en el wáter-, sino que se descubra que “Quien recibe lo que no merece, poca veces lo agradece”. Claro, que eso de agradecer sería lo de menos. Decía Cicerón: “Si quieres destruir la avaricia, debes destruir el lujo, que es su padre”.

Pobre Urdangarín, tanto lujo le vino grande. Pobres “árboles sin fruta”, urdangarines desparramados por todo nuestro territorio… no les vendría mal recordar aquello de “cuando las barbas del vecino veas cortar…”

 

 

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