Me niego a honrar el 8 de marzo enumerando una larga lista de agravios realizados por el hombre a la Mujer de todos los tiempos, sobre todo porque sería injusto para muchísimos hombres de hoy en día que han colaborado, como la que más, al ejercicio de la igualdad y el reconocimiento a las mujeres. Hombres que han perdido su pedestal de dioses y andan, pobrecillos, desubicados y más perdidos que los juguetes de la niña del exorcista. Sin embargo, es evidente que la figura de la mujer, a lo largo de muchos años ha estado siempre eclipsada en el pasado, por tanto, es de justicia retrotraerla al presente y vestirla de luz.
Son muchos los hombres que consideran que ya está bien de cantinelas igualatorias, que ahora, las mujeres, tenemos incluso más derechos y beneficios que ellos. Y, en parte, estoy de acuerdo, pero sólo en una pequeñísima parte. Por fin, ahora, una mujer denuncia que su marido le pega y tiene algunas ventajas por encima de si es un hombre quien dice que su mujer le arrea. Y es verdad que algunas de las mujeres del primer mundo hemos conseguido logros impensables. Pero también lo es que en este primer mundo, en nuestro país, sin más lejos, existen mujeres que son vendidas, drogadas a la fuerza y obligadas a ejercer la prostitución. Y también es verdad que, a nuestro lado, más de un imán se permite aconsejar a sus fieles sobre cómo pegar a sus mujeres. No es necesario que se nos encoja el corazón con las noticias de cómo tienen que sobrevivir criaturas en la India desfiguradas por el ácido que cualquier pretendiente despechado les echa en la cara. No es preciso constatar que en India, en las últimas tres décadas, doce millones de niñas no han llegado a nacer porque parir una hija es una maldición mientras que tener un niño es el mayor tesoro. No necesitamos ir a Afganistán y conocer personalmente a criaturas como Sahar, quien con quince años ha sido brutalmente torturada con descargas eléctricas y golpes por su propia suegra y su marido, que llegaron a arrancarle las uñas o la piel a tiras por negarse a prostituirse y darles los beneficios para los que fue pensada (10-01-2012). O ver cómo un afgano mata a su mujer a palos por parir una niña (31-01-2012). Ni tampoco hemos de viajar a África para saber que las niñas son sometidas a la ablación del clítoris e incluso a la infibulación en donde se les corta, a golpe de cuchillo y sin medida higiénica alguna, los labios mayores y menores y se les deja apenas un mínimo espacio para orinar o sangrar y en donde sus futuros maridos se abrirán paso… de nuevo con un cuchillo… No, no tenemos que ir muy lejos, ni en distancia ni en el tiempo. Esas atrocidades están ocurriendo ante los ojos de un mundo global y en tiempo real. Por eso, no podemos volver la vista hacia otro lugar mientras un señor, por muy imán que sea, aconseja en pleno s. XXI cómo pegar a una mujer. Y más si mezquitas se mantienen con subvenciones que pagamos nosotros. Como así ocurre.
¿Qué hemos logrado muchos derechos? Ni más ni menos que los que nos corresponden como personas. Derechos que hemos ido arañando a fuerza de ser compradas o vendidas como una mercancía, violadas, prostituidas, ninguneadas, esclavizadas, ofrecidas a dioses, apedreadas, mutiladas… convertidas en analfabetas sumisas, en animales de carga y paridoras de la especie. Nos han insultado con todos los insultos imaginables y han socavado nuestra dignidad hasta límites insospechados.
Pero un día, como muy bien dice Jenny Londoño en un hermosísimo poema, nos dolimos de nuestras angustias y la voz dulce se convirtió en grito desgarrador y nos reunimos “la viuda, la casada/ la mujer del pueblo, la soltera,/ la madre angustiada, la fea,/ la recién parida, la violada/ la triste, la callada, la hermosa,/ la pobre, la afligida, la ignorante,/ la fiel, la engañada, la prostituida./ Y formamos/ con todas nuestras quejas/ un caudaloso río/ que empezó a recorrer el universo/ ahogando la injusticia y el olvido./ Y el mundo se quedó paralizado… […] Las mujeres, por fin, lo descubrimos: ¡somos tan poderosas como ellos./ Y somos muchas más sobre la tierra! ¡Más que el silencio y más que el sufrimiento!/ ¡Más que la infamia y más que la miseria!” El poema termina exhortando a hombres y mujeres a amasar juntos el pan de la existencia.
Es posible que sean muchos quienes piensen que los ochos de marzos están de más, que ya no son necesarios. Y es verdad: en algunos lugares no lo son. Pero mientras haya una mujer, una sola mujer que no haya escuchado el grito coral del resto de mujeres invitándola a unirse a él y sentirse libre, el mundo: hombres y mujeres de buena voluntad, hemos de seguir convocándolas con nuestras voces.