Entre las numerosas tribus urbanas catalogadas falta una que, a mi juicio, sin ser la más numerosa, puede que sea la que más ruido meta. Me refiero a los masoquistas reprimidos. Esos que, al no poder disfrutar, sabe Dios por qué, amplia y profundamente de que alguien los hinche a ogtias, se dedican a ir metiendo el dedico en cuantos ojos ajenos se van encontrando con el fin de que alguno de los involucrados en semejante práctica le dé leñazos hasta en el carné de conducir.
Y, claro, cuando por sus “tocamientos” de mosca cojonera, recibe una buena coz, nadie hay más feliz y excitado que él. No importa que no eche un buen polvo porque el orgasmo es total y absoluto, pero si tiene la mala suerte de dar con alguien… digamos que templado de nervios, o políticamente correcto, o dispuesto a ejercer de buen cristiano, judío, budista, hinduista, islamista… etc. con más paciencia que el santo Job y poco propenso a dar rienda suelta a su poca o mala leche… ¡Ay, Dios mío! entonces tienen un problema tanto el santojob como el masoca reprimido. Evidentemente, el reprimido porque no ha encontrado la horma de su zapato y el pobre paciente porque el tontojodedor seguirá y perseguirá metiéndole los dedos en el ojo hasta conseguir que mande a su paciencia a tomar viento y le dé una ensalada de palos que, más que un orgasmo, le produzca un ingreso en un hospital.
Probablemente muchos de ustedes conozcan a alguno, son fácilmente identificables: no les dejarán en paz y criticarán sus actuaciones hagan lo que hagan, censurarán sus hechos, palabras o trabajos, tanto de un extremo como del contrario, incluso del intermedio. En realidad, a ellos, lo que se haga se la trae al pairo, de lo que se trata es de buscar las cosquillas y el límite del aguante del sufridor.
Dice Ortega y Gasset que el tonto es más peligroso que el malo, porque el malo descansa algunas veces de hacer maldades, pero el tonto no descansa nunca de hacer tonterías. Imaginen lo que puede conseguir un tontimalo que es en lo que deviene un masoca reprimido con tal de lograr su ración diaria de exabruptos o palos. Con lo fácil que sería buscarse una buena ama que, vestida de cuero y látigo en la mano, le dejara las carnes bien mechaditas entre aullidos de placer…
Y ahí los tenemos a ellos, en todos los lugares, trabajos y estamentos, incluidas las redes sociales, haciendo que muchos, controlándose las ganas que les tienen, se pregunten de continuo: “¿Pero qué le he podido hacer yo al imbécil este para que me persiga de esta manera?” Nada, mis queridos lectores, absolutamente nada, quédense tranquilos. Si en el trabajo, en la práctica deportiva que realicen, en el edificio en el que vivan, en el bar donde disfruten de su caña o en el quinto conio al que se les ocurra ir, se topan de morros con el tontimalo de turno intentando sacar de ustedes el Mr. Hyde que todos llevamos dentro, ármense de paciencia y eviten darle el gustazo de hablarle en el mismo idioma que él les hablará. Por el contrario -les sugiero- mírenlo con conmiseración, denle la espalda e intenten alejarse lo más que puedan del especimen. Porque si, por un casual, se les ocurre responderle de la manera en que él busca la respuesta, los enredarán de tal forma que no podrán escapar, así como así, de sus tentáculos. Ah, y por supuesto, no se les ocurra intentar razonarle que para nada están ustedes interesados en darle candela o devolverle la metedura de dedo en el ojos, porque en ese caso sí que están perdidos del todo. El masocarreprimido recurrirá entonces a los más viles ardides pretendiendo herirlos en lo que él considere que puede hacerles más daño y, aunque olvide que no hace daño quien quiere, sino quien puede, sí les tocarán las pelotas hasta que ustedes se armen de valor y digan: “hasta aquí hemos llegado”. Porque, aunque Horacio dijera: “A tu prudencia añádele un poco de idiotez: en algunos momentos es mejor hacerse el idiota”, les recuerdo que esta clase de tipos, además de insaciables, son tontosdelculo y confunden la prudencia, la paciencia, la educación, la generosidad, y el hacerse el idiota con serlo verdaderamente. Por tanto, como dice nuestro refranero: “Conviene cederle el paso a los toros y a los tontos”. Y que sean ellos solitos quienes topen con las paredes de su propia estulticia en lugar de hacerlo contra nosotros.