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Ana María Tomás

Escribir es vivir

A TORTAZO LIMPIO

 

No me podía creer lo que estaba viendo en televisión. Una china inflaba a ostias  a otra, que se dejaba muy satisfecha, para -supuestamente- eliminarle arrugas. Las imágenes mostraban a diferentes “pacientes” complacientes aguantando una sarta de chirlazos para estar más bellos.

Hacían fotos del antes y el después de la “cura” antiarrugas. Y mostraban orgullosos unas caras, efectivamente, con menos arrugas.

“¡Hay que ser gilipollas!”, dije. Hasta el más tonto sabe que un golpe puede producir una inflamación, por tanto, una buena serie de ellos producirán la eliminación de  gran parte de las arrugas que se tengan porque su lugar lo ocupará una hinchazón de narices.

Pero no queda ahí la cosa porque, para más inri, los golpes los daban desde las orejas a la mandíbula y arrastrando la piel hacia abajo, con lo cual, una vez eliminada la inflamación, la piel quedará más descolgada puesto que se ha estado tirando de ella en la misma dirección que la fuerza de gravedad seguirá haciéndolo. Cualquier mujer sabe que, hasta para poner una simple crema hidratante, la línea de distribución debe ser ascendente y desde el centro del rostro al exterior. Pero, esperen, es que hay más. No crean que regalaban el masaje de marras, no. El trabajito valía la friolera de trescientos cincuenta euros por sesión. Pero, a juzgar por las caras de satisfacción de los usuarios del tratamiento, no debía de parecerles una gran cifra.

Esto es como el chiste de la niña que vuelve a casa, tras pasar la tarde pescando con el padre, con la cara totalmente hinchada. La madre le pregunta la causa y ella le dice que fue por un mosquito:

– ¿Te picó?

-No le dio tiempo. Lo mató papá con el remo.

La verdad es que merecemos que nos den leches hasta en el carné de identidad. Y no precisamente para que se nos vayan las arrugas de la cara sino esas otras arrugas que nos hacemos a nosotros mismos por plegarnos, la mayoría de las veces, a intereses espurios que, casi siempre, van en beneficios de otros y en detrimento propio.

Merecemos que nos den por la dejación que hacemos de muchos de nuestros derechos y de nuestras responsabilidades. Sin ir más lejos, y por la cercanía de la tragedia del Madrid Arena, de nuestros deberemos como padres, por ejemplo. Sigo leyendo, desde que ocurrió y diariamente, testimonios de padres que no viven los fines de semana porque los hijos se han puesto la autoridad por montera y son ellos los que deciden cuándo salen, cuándo entran y a dónde van. Y a los padres no nos queda otra que arrojar la toalla, llevarlos o traerlos para intentar protegerlos lo máximo posible y andar mareando a toda la corte celestial para que los proteja. ¿Por qué la diversión está pasadas las dos de la madrugada? ¿Por qué si unos padres ven el peligro en una situación determinada no pueden impedir que sus hijos acudan a esa cita? ¿Por qué si somos todos los padres los que sentimos ese miedo y ese sinvivir desde que salen nuestros hijos hasta que vuelven, permitimos que nos hagan creer que sólo somos nosotros los bichos raros?

Pues claro que merecemos que nos peguen sopapos. Incluso deberíamos pagar por ello, como esos chinos que reciben tan a gusto su ración de golpes con la esperanza de estar mejor. Sin embargo, nosotros recibimos otros golpes que van directamente al alma y que son absolutamente estériles porque no sacamos provecho alguno de la inflamación que producen.

Lamento contradecir a alguien de la talla de D. Luis de Góngora y Argote cuando decía que “La vida es un ciervo herido que las flechas le dan alas”.  Pues no, mi querido D. Luis, no. La vida podemos tenerla asaetada de flechas y no solamente no tenemos alas, ni tomando Red Bull, sino que no nos molestamos en verificar si esos golpes o la inflación que producen pueden engendrar algún tipo de mínimo vuelo que nos eleve de la conformidad y de la dejación que hacemos de nosotros mismos.

A ver ¿quién se apunta al nuevo tratamiento chino antiarrugas…?

 

 

 

 

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