Pues sí, mis queridos lectores, como lo oyen, digo, como lo leen: “la Cibeles en Angola”. Yo tampoco podía creerme que una chica preciosa, por mucha “curtura” del cuerpo que tuviera y muy poca de la mente, fuera capaz de ubicar un monumento como la Cibeles en África, aunque sólo fuera por haber visto como se celebraban las victorias del Real Madrid en la famosa fuente. Pero eso fue lo que hizo tras mucho pensar y catalogar la foto de la diosa que tenía en la mano como: “Esto es una foto de un romano”. Les juro por Cervantes que cito literal. ¡Toma del frasco, Carrasco!
Me hago cargo de que ustedes no pueden entender de qué les hablo, a no ser que tuvieran la desgracia, como yo, de ver el evento televisivo en cuestión. Así que se los explico: Hace unos días, un programa del corazón mostraba a una serie de señoritas como aspirantes a Lady España. Obviamente, cada una de ellas representaba a una de nuestras Comunidades Autónomas. Todo fue de maravilla mientras tuvieron que desfilar en traje de baño, en traje de fiesta… mostrando sus encantos físicos, que los tenían, no cabe duda… Pero… cuando llegó el momento de abrir la boca con un simple examen sobre donde se hallaban algunos de los monumentos más representativos de determinados lugares como “La Torre de Pisa”, “La Sagrada Familia”, “La Estatua de la Libertad”, “La Torre Eiffel”… vamos, cosicas de cultura de andar por casa, que más se conocen por las fotos que los famosos se han hecho delante de ellas que por estudios puros y duros. Pues que si quieres arroz, Catalina.
La pregunta le tocó, para más guasa -y digo lo de guasa por aquello de las celebraciones futboleras y no por nada que tenga que ver con la cultura endogámica de algunos catalanes-, a la representante de Cataluña. El locutor le entregó una foto de la Cibeles y la “leidi” puso la misma cara que si le hubieran enseñado a un extraterrestre preguntándole de qué planeta venía. “¿A qué lugar crees que pertenece ese monumento?” le preguntó. Ella, sin pudor alguno (que bien podría haberse mantenido calladita si, como demostró, no tenía zorra idea), tras soltar la citada anteriormente frase del “romano”, se fue derechita al mapa y clavó el monumento en Angola. “¿En Angola?” volvió a preguntarle el cabronazo del presentador que abría los ojos como platos e inflaba los mofletes con una irreprimible risa. Ella debió interpretar el asombro del menda como sorpresa por haber dado en clavo, así que sonrió y se ratificó en el dato.
En más de una ocasión he manifestado mi abominación por cualesquiera tipos de concursos de belleza. No sólo me parecen humillantes y vergonzosos, sino que me recuerdan a los carniceros cuando muestran a sus clientes distintas piezas de carne para que estos puedan elegir la que tenga mejor color o menos grasa o, simplemente, les entre mejor por el ojo. Pero ya el colmo del despropósito es que a alguien se le ocurra hacer una pregunta inteligente o que tenga que ver algo -aunque sea por el forro- con algún tema de cultura general, en lugar de hacerlo sobre marcas y tipos de maquillaje, dietas hambrunas, ejercicios para modelar glúteos, cómo cuidar una hermosa cabellera, etc. Porque la mayoría de estas chicas -obsérvese que no digo todas- son incapaces de contestar a cualquier otra cosa que se salga de lo único que conocen desde que empiezan a ser púberes.
Lo patético, lo triste, lo lamentable de todo esto es que estas chicas no son más que una mercancía, un producto que explotar, primero por unas madres que no sólo no se preocupan de que la riqueza y el bagaje cultural las proteja de la belleza exterior, sino que potencian y exhiben a sus niñas como atracción de feria, dejándolas más tarde a la intemperie de fríos esteparios, con lobos incluidos, y, además, en traje de baño.