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Ana María Tomás

Escribir es vivir

NO PUEDO HABLAR CONTIGO

 

 

“No puedo hablar contigo -dijo nada más descolgar el teléfono-. No puedo perder ni un minuto. En menos de media hora tengo que terminar de corregir un montón de exámenes y prepararme las clases de mañana. Y después he de recoger unos encargos, hacer unas compras, pasar por la casa de mis suegros, verlos y confirmarles que seré yo quien los acompañe, finalmente, al médico, y más tarde he de organizar la cena, tender una lavadora, poner otra, preparar la ropa para mañana y todavía me queda…”. Al otro lado del teléfono otra mujer, absolutamente empatizada con la quejumbrosa, en lugar de tranquilizarla y asentir que tenía toda la razón y que a ella le ocurría lo mismo, quizá por aquello de “consejos vendo y para mí no tengo”, le reprobó: “Por supuesto que no puedes hablar conmigo. Como tampoco puedes pretender abarcarlo todo, hacerlo todo, estar en todo… Coño, delega, pide, reclama, exige. ¿Es que te crees que, si mañana te mueres, el mundo se va a detener…? ¿Crees que, si no estás tú, no habrá quien recoja los encargos, haga la compra o lleve a tus suegros al médico? ¿Es que te crees imprescindible…? El cementerio está lleno de imprescindibles. Por cierto, ¿has pensado qué cosas te gustaría hacer antes de morir… o es que crees que vas a vivir eternamente…?”

“¿Que qué cosas le gustaría hacer antes de morir…?” Vaya pregunta. Sí, sabía que era una pregunta casi retórica. La gente hace esa clase de preguntas sin esperar la respuesta. Incluso se había enterado de que el Colegio de Educadores Sociales de Andalucía, Copesa, había tenido la iniciativa de poner en plena calle, junto a la estación de trenes de Córdoba, un enorme muro de expresión libre para que todo aquel que lo deseara pudiese escribir qué sueños, o qué propósitos, o qué deseos querrían ver cumplidos antes de morir. Qué casualidad, ella misma había estado buceando por Internet y leyendo todas esas aspiraciones disfrazadas de esperanza escritas en aquel muro. Algunas tan dolorosas como la de un anciano que sólo deseaba, antes de morir, ver con trabajo a su hijo y a su nieto. Otras se abrían a la vida con el deseo de casarse y tener hijos. Por supuesto, no faltaban las que pedían que les cayera el más gordo de los gordos premios metálicos, ya se sabe…, la pura y dura dependencia a lo material. Pero todos los deseos escritos respondían a unos momentos de reflexión que apenas si se plantean en la vida ordinaria: ¿Qué quiero lograr antes de morir? Como en la película “Antes de partir” de Jack Nicholson y Morgan Freeman. O, lo que es lo mismo, ¿qué deseo hacer con el resto mi vida?

¿Qué deseaba ella hacer con su vida? ¿Por qué su amiga venía en ese preciso momento con esas…? ¿Y por qué ahora, de pronto, le agobiaba en extremo lo que durante tanto tiempo venía haciendo sin protestar, sin echar en cara, incluso con una sonrisa en los labios? ¿Acaso a las mujeres, por muy avanzadas que presumamos estar, no se nos educa, desde la más tierna infancia, para ser generosas, para satisfacer los deseos y expectativas de todos los que nos rodean… para inflar el ego a los hombres aun a costa de la propia inmolación…? Pero ¡Por Dios! Quién no conoce a la amiga de una amiga que le repite al pichacorta de su pareja: “que no, tonto, que no, que mejor chiquitica y juguetona…” ¡Los huevos! Y, claro, como no hay mayor ofensa para un hombre que preguntarle en pleno acto amoroso: “Pero… ¿está ya dentro?” Pues ahí están las chicas haciendo aspavientos le hagan creer al mindundi que “ríete tú del burro…” (Es un chiste. Una pareja observa a un burro en pleno despliegue eréctil y ella, arrobada, le dice: si el burro tiene eso… tú que eres ingeniero…” Pues eso.

Pero ahora no era momento de reflexión, ni siquiera de detenerse unos momentos para hablar con su amiga, ni mucho menos plantearse qué puñetas quería hacer con su vida. Con el caos de cosas pendientes por hacer, cómo hacerse preguntas transcendentales… ¿o sí? ¿Por qué no pararse y comenzar a separar lo urgente de lo que realmente importa en la vida? ¿Por qué no suspender ese tiempo, tan relativo según Einstein, y dedicarse unos minutos a pensar en ella…? ¿Que qué querría hacer antes de morir? Lo tenía muy claro: vivir. Sencillamente, vivir. Pero ¿podría? Todos esos que la amaban tanto y que darían su vida por ella… ¿Estarían dispuestos, simplemente, a devolverle el trozo de vida que, por derecho, le correspondía en propiedad…?

 

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