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Ana María Tomás

Escribir es vivir

ESTATUA DE SAL

Si me vuelvo/ a mirar el bien perdido/ no me vuelvas de sal/ figura inmóvil./ Sólo mirando atrás/ de vez en cuando/ se consiguen las fuerzas/ para seguir el viaje. En este breve poema perteneciente a mi poemario Memoria intacta como el ámbar, escrito hace ya algunos años, pretendía hacer una declaración de intenciones sobre las únicas razones que deberían existir para mirar atrás. Aunque…, más de una vez, me castigue mirando atrás para rascar en heridas ya secas. ¿Qué beneficios me reporta actividad tan poco grata? Ninguno, salvo despertar el hibernado resentimiento que pueda tener contra quienes me produjeron tales heridas. Que ya sé que no es bueno, ni sano, pero, tristemente es un ejercicio al que el hombre vuelve, de manera masoca e incomprensible, una y otra vez. Hombre, puede servir para recordar qué no debemos volver a hacer.

Soy totalmente consciente de que nadie, que no haya andado con los zapatos de otra persona, tiene derecho moral a juzgar o criticar actitudes o aptitudes que sirvan para conducirse por la vida. Y, al decir “conducir” no me estoy refiriendo a que sea bueno o malo hacerlo a ochenta o a doscientos veinte. Así que, sin ánimo de juzgar (Dios me libre), como sí camino con los zapatos de muchos de ustedes, me van a permitir que hoy les hable de callos y de rozaduras. A simple vista, se diría que todo ser humano lo único que anhela es ser feliz. Lo que luego ocurre, en la práctica, es que no todos llegamos a ese punto de felicidad de la misma manera, ni tampoco la felicidad es la misma cosa para todos. A veces, las menos, cuando nos ocurre un hecho doloroso y conseguimos superarlo, descubrimos que la vida es maravillosa en todos sus aspectos, incluso en los tristes. Sin ir más lejos, la actriz Silvia Abascal, daba, hace unos días, las gracias por el apoyo recibido a raíz de un derrame cerebral que tuvo hace unos meses, y aseguraba que ese triste hecho le había ayudado a crecer y a avanzar como persona. Si Silvia vuelve atrás la mirada, con toda seguridad, será para ser consciente del amor y la ayuda recibida y para sacar fuerzas para continuar adelante, no para castigarse con la mala suerte que tuvo. Y será feliz con la consciencia de la superación del dolor y de sentirse viva. Otros, sin embargo, encuentran una morbosa felicidad en dar vueltas y vueltas rascando heridas cicatrizadas pero cuyas costras arrancan apenas mejoran. Conozco a un señor que se lamenta continuamente. Cuando tiene un problema, porque lo tiene, y, cuando lo ha solucionado, por lo terrible que hubiera podido ser de no haberlo solucionado.

Puede que cada anochecer el día muera lleno de problemas, pero, con cada madrugada, la vida nos pone oportunidades nuevas, como esas calles recién limpias y regadas dispuestas a ser holladas por primera vez con nuestros pasos.

Nos quejamos, nos quejamos continuamente de todo, de los problemas existentes, de los que dejaron de existir y de lo terrible que hubiera sido de haber seguido existiendo. Y derramamos a diestro y siniestro un precioso, valioso y escaso aceite de la lámpara de nuestras vidas. Lo estoy viendo a mi alrededor todos los días. Veo sufrir a amigos y conocidos, machacándose por enfermedades vencidas que traen a colación continuamente para sentirse tan desgraciados como cuando las padecían; sufriendo por traiciones lejanas pero que no se permiten olvidar, reviviendo resentimientos pretéritos… y, cuando intento hacerles ver lo inútil de su postura, compruebo que no saben hacerlo de otro modo porque sólo el gozo de sentirse o de sentirnos víctimas nos libera de la responsabilidad de hacernos cargo de nuestra vida esperando siempre a que un salvador venga a desagraviarnos. Siendo víctimas, tenemos derecho a vengarnos, a perseguir al mundo y a lamentarnos continuamente.

Huyendo de la destrucción de Sodoma y Gomorra, Lot tenía advertido por Dios que ni él ni su familia volviesen la vista atrás. Sin embargo, su mujer no pudo resistirse y miró, a ver qué ocurría, quedando al instante convertida en estatua de sal. Es una metáfora demasiado clara como para no tenerla en cuenta. Cuando hemos salido de la destrucción, sólo deberían quedarnos ganas de mirar hacia adelante riendo en cada mínima ocasión, que ya las lágrimas vendrán sin ella.

 

 

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