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Ana María Tomás

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LAS MUJERES QUE NO AMAN A LAS MUJERES

 

Dos hombres (por llamarlos de alguna manera) están sentados en un sofá. De pronto, hace su entrada una mujer con una bata de seda, se coloca ante ellos, deja caer la bata y muestra su cuerpo absolutamente desnudo. El par de individuos se miran, sonríen, y comienzan a evaluar, criticar, alabar, tasar, señalar… y cuantas palabras relativas al campo semántico elijan ustedes mismos, sin que esa mujer pueda abrir la boca para decir si está o no de acuerdo con el análisis que de su cuerpo están haciendo. Ellos, por el contrario, pueden decirle, textual: “Yo siempre he sido un hombre de culos. ¿Te importa darte la vuelta?”, “Tus pezones están muy animados” o “Tienes abundante celulitis”.

Esto que suena a inicio de película porno, les aseguro que nada tiene de ficción, por el contrario: es algo que está ocurriendo en tiempo real en la televisión pública danesa en donde un libidinoso y asqueroso (sólo tienen que contemplarle la cara para cerciorarse de ello) músico de jazz, Thomas Blachman, conduce un programa, en horario de máxima audiencia, en dicha cadena, en el que, cada noche, lleva a un amigote invitado para comentar juntos el cuerpo de una mujer que permanece desnuda ante ellos y absolutamente muda por imposición del programa.

En un principio pensé que podría ser una nueva manera de prostituirse -hay tantas y tantas formas que pasan desapercibidas y quién somos nadie para…- pero luego me enteré de que la cantidad de dinero que reciben las mujeres que se someten a tal tropelía era prácticamente simbólica. Entonces pensé que bien podría ser algún tipo de desviación sexual, ya saben: exhibicionistas, pero también supe de lo mal que lo pasan mientras tienen que soportar comentarios de lo más vejatorios; así que, lo descarté también. Y no sé si a ustedes se le puede ocurrir algún que otro motivo, pero, a mí… sólo me queda pensar que lo hacen porque les dé la gana y, francamente, no me parece una razón muy convincente dada la reacción de algunas de esas mujeres.

Se dice, del programa en cuestión, que escandaliza a los telespectadores, pero por otro lado se alcanza una audiencia increíble, así que ¿cómo se come eso?

El problema de esto es que, al igual que detrás de la vaca que ríe, hay un toro que empuja, aquí quien empuja la cosa para que ría el repulsivo “toro” (aunque habría que verle sus atributos, ya saben: dime de lo que presumes…)  es precisamente una mujer: Sofía Fromberg, responsable de producir el programa y quien justifica semejante barrabasada con un “¿Por qué tiene que ser un problema que los hombres hablen sobre el cuerpo femenino?” ¡Anda, la paaaaya! ¡Manda huevos! Alguien tendría que explicarle a la susodicha que, efectivamente, nunca ha supuesto un problema “para los hombres” hablar del cuerpo de las mujeres en su presencia, a sus espaldas, entre ellos o entre nosotras. El problema, mi irresponsable señora Fromberg, no está en que ellos lo hagan, está en que nosotras, las mujeres que de alguna manera podemos ¿evitarlo?,  lo apoyemos, los sufraguemos y, lo peor, de todo, lo justifiquemos.

¡Por Dios!, señora mía, que hay infinidad de lugares en nuestro planeta en donde todavía en este siglo las niñas son vendidas, violadas, apaleadas, asesinadas, tratadas como meros objetos… y aquí usted está potenciando, precisamente eso: que la Mujer sea tratada como un simple objeto de contemplación-satisfacción de un par de seres repugnantes. Ya, ya sé que me puede decir que quienes van a exponerse a semejante experiencia lo hacen “gustosas”. Y yo le puedo asegurar que no es verdad. Y seguro que cualquier psicólogo también. Una cosa es que ellas lo crean, o que usted intente vendernos esa moto, y otra que esa sea la realidad. A ningún ser humano puede gustarle que otro lo avergüence, lo humille, lo analice de manera inquisitoria buscando qué defectos resaltarle, y lo trate como una cosa en lugar de cómo una persona. A nadie.

Señora Fromberg ¿no cree usted que ya son demasiados los “hombres que no aman a las mujeres” para que, encima, haya mujeres que se suban a ese epígrafe?

Nunca han estado más en vigor las palabras del evangelio que hablan de no echarle perlas a los cerdos… Por favor, que “las mujeres que aman a las mujeres” conciencien de su valor a las “perlas” que se lanzan ellas solitas sobre los cerdos. Alguien debería hacérselo saber a la Fromberg. ¿No creen?

 

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