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Ana María Tomás

Escribir es vivir

SOMOS RESPONSABLES

El diccionario J. Casares de la Real Academia de la Lengua Española define “responsable” como “Obligado a responder de alguna cosa o por alguna persona”. Así que si han pensado, al leer el título de este artículo, que era un piropo en el que  reconocía una especie de mayoría de edad, de autonomía… estaban equivocados. Es una afirmación, sí, pero no tanto de reconocimiento como de obligación. ¿De obligación de qué? Pueden preguntarse. Pues de todo, señores míos, de todo: empezando por nosotros mismos y terminando por el planeta que nos acoge. Somos responsables de cuanto hacemos, decimos y pensamos, sin ser, la mayoría de las veces, conscientes del poder que tienen nuestras acciones, pensamientos y palabras. Todo es energía. Ahora tan de moda en tantas y numerosas corrientes, movimientos, o nuevas creencias: Yoga; Meditación trascendental; Sanación a través del Ho´ponopono;  Biodescodificación; Influencia de nuestros antepasados en nuestras vidas; Aplicaciones de un curso de milagros; Aperturas temporales; Cursos para volver a sentir la perdida intuición… etc. etc. etc…  pero todo este amplio abanico ejecutado, siempre, a través del control de la energía que emerge de la palabra y del pensamiento que son las que llevan, finalmente, a la acción. Es decir, a la buena acción. Pascal diría, simplemente, como respuesta a todas esas propuestas que “En todo ser humano hay un vacío en forma de Dios que no puede ser llenado por ninguna cosa creada, sino por Dios, el Creador”.  Pero… pensemos que, quizá, lo menos importante sea el nombre que se le dé a ese vacío si, en definitiva, a través de una de esas rutas somos capaces de llenarlo del Hacedor.

Desde el principio de los tiempos se nos ha dicho que la Palabra existía desde siempre, que la Palabra era creadora… pero nunca hemos asumido el inmenso poder creador que tiene.  Al menos, no hasta ahora, en donde, a través de esos nuevos y numerosos gurús que vienen a vendernos el cielo por parcelas, giramos la vista, tal vez por primera vez, a ese oculto poder.

Dada mi sana, malsana o morbosa curiosidad -llámenlo como mejor les parezca- de conocer, cuanto más mejor, las aguas en las que el ser humano es capaz de moverse, estoy en posición de asegurarles que, en esto de llenar vacíos existenciales, todos, pero absolutamente “todos” los caminos conducen a Roma. Es decir: al amor. Al amor hacia uno mismo (nada que ver con el engreimiento egoísta y soberbio) y al amor hacia aquellos que nos rodean, los que nos son amables, o sea, dignos de ser amados. Y los que nos resultan odiosos, o sea, imposibles de soportar o de dirigirles una palabra o un pensamiento benevolente. Vamos, que ahorita mismo el mundo está repleto de “maestros” que andan llenándose los bolsillos de billetes a cuenta de hacer cursos para decirnos lo que ya el “Maestro” dijo hace dos mil años y completamente gratis: “Amaos los unos a los otros”; “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; o lo que es la tela marinera: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos” que yo, aquí, entre nosotros,  cuando llego a esa parte, añado: “mejor, perdónanos mejor de lo que perdonamos” por si las moscas…

Y ahí, justo cuando llegamos ahí, cuando no somos capaces de pronunciarnos en la benevolencia o, peor aún, cuando es nuestro corazón el que se afirma en la malevolencia es cuando comienza nuestra responsabilidad con nosotros, con quienes nos rodean y hasta con el planeta Tierra. Porque, incluso dejando al margen creencias religiosas o filosóficas y tomando en cuenta sólo la esencia de lo que bien podría llamarse la Ciencia de la conciencia, la palabra lanzada es un proyectil que siempre da en la diana, lo mismo si esa diana es de amor como si es de odio. Lo importante es que la palabra genera una energía. Pero… la palabra brota tras un pensamiento. Por eso es tan importante controlar lo que pensamos. Porque, y siempre desde… la religión, el ateísmo o  el agnosticismo -o sea, que nos pilla el tren por todas partes- si generamos amor en nuestra persona y en nuestro entorno, evidentemente, recompondremos una sociedad mejor y, como el día a la noche, esto nos llevará a tener una mayor y mejor conciencia hacia el planeta.  Decía, hace unos días, John Straberg que “el gran problema de este mundo es el miedo; la gente vive en una cárcel”. Y yo añado, como Virgilio en sus Bucólicas: “El amor todo lo vence. Démosle paso al amor”.

 

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