POBRES ABUELOS
Mi primer hijo, de pequeño, era un rabo de lagartija cruzado con alguno de canguro. No paraba quieto ni cuando dormía, cosa que tampoco solía hacer más que a horas alternas y con mucha suerte. No podía perderlo de vista ni un segundo. Vivía (bueno y sigo viviendo pese a sus treinta años) obsesionada con […]