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Ana María Tomás

Escribir es vivir

JEFES

Hace unos días, unos amigos me hablaron del éxito de un programa americano de televisión. Me lo recordaron la noche que estaba en antena y me instaron a que buscara la cadena para verlo. “Es increíble”, me dijeron.

Soy fulano de tal, decía una voz doblada al español mientras se escuchaba al fondo su voz original en inglés,  Presidente de una cadena de más de seis mil hoteles y voy a hacerme pasar por un tipo que intenta conseguir un puesto de mantenimiento en uno de mis hoteles.

El tema estaba en que, bajo un inocente disfraz de empleado en la línea más baja, el “jefe” podía permitirse  conocer cómo trabajaban, vivían y pensaban sus empleados.

De entrada se ponía de manifiesto lo que muchos sabemos ya y que parece que todos los que escalan puestos olvidan: cuando más arriba estás, más pierdes el control de la realidad, menos te enteras de las cosas, más te doran la píldora y menos cercano resultas a quienes, en muchas ocasiones, dedican su vida entera a tu triunfo.

Y de salida se podía comprobar cómo existen personas honestas, trabajadoras, con múltiples trabajos además, mientras otras son vagas, irresponsables, soberbias y no se conforman con hacer mal su trabajo sino que, si tienen ocasión, roban o desperdician material laboral.

Mientras el “jefe”, camuflado en obrero, caminaba distancias kilométricas con un empleado de mantenimiento eléctrico al que le preguntaba que por qué no se hacían esos largos desplazamientos con un cochecito de golf, lo que ahorraría tiempo que podría emplearse en otros menesteres, el buen hombre que trabajaba sin perder la sonrisa toda la jornada en el hotel, más otro montón de horas en otro trabajo, para poder pagar a su hijo la universidad, contestaba que los jefes no veían conveniente invertir en eso. “Los jefes no saben las distancias que hay que recorrer” reconocía avergonzado el impostor. Y el trabajador sonreía sin que de sus labios emergiera una queja o un exabrupto ante la actuación de sus superiores.

A medida que avanzaba el programa me iba enganchando más y más. Me parecía fabuloso que los jefes pudiesen tener de primera mano esa información porque estoy segura de que si todos fuésemos capaces de hacer nuestros trabajos como la misión más importante que tenemos, todo cambiaría. Es absolutamente penoso escuchar continuamente quejas por parte de trabajadores, como si lo que hacen no fuera con ellos, como si ellos no formasen parte del proyecto al que pertenecen. Y también es lamentable constatar cómo los jefes, a medida que suben en el organigrama van olvidando las dificultades a las que tienen que hacer frente cada día sus empleados y que podrían mejorar con apenas unos euros en inversión. Mi hijo siempre dice que no es lo mismo ir al trabajo a no hacerlo mal; que ir al trabajo a hacerlo bien. Y mi amigo Lorenzo Abellán, que fue mi jefe en un periodo de mi vida –una persona maravillosa y un jefe al que adoran todos sus empleados-, tiene como lema una frase de Woodrow  Wilson que dice: “No estás en el mundo para ganarte la vida (…) estas aquí para enriquecer al mundo, y te empobrecerás si lo olvidas”. Así que, sobra decir cómo dirige la empresa.

El programa termina como las pelis en donde cada uno recibe lo que se merece. A los empleados entregados y honestos se les recompensaba haciendo realidad sus sueños. Sueños que compartieron con sus jefes cuando creían que él como ellos pertenecía al gremio de los sueños imposibles: viajar de un Estado a otro para ver a una madre moribunda; estudiar una carrera; mejorar las condiciones de vida; poder pagar la universidad al hijo… esos eran algunos de los sueños que el Jefe, a golpe de talonario, volvió realidad para algunos de sus trabajadores. A los nefastos. A tomar viento. Aunque alguno se permitió decir que, de saber que era el jefe, nunca se hubiesen comportado así. Y ahí está el quid de la cuestión: uno no puede esforzarse en hacer bien su trabajo sólo cuando es vigilado. Pero, desgraciadamente, esa es una mentalidad bastante común en muchos empleados.

Si amaramos nuestros trabajos, si fuésemos capaces de hacerlos nuestros, desarrollaríamos una fuerza capaz de vencer cualquier dificultad y a eso le seguiría, como el día a la noche, el éxito, no sólo de la empresa o del jefe, sino el personal. Pero, claro, mientras “el globo oftalmológico del poseedor torne obeso el bruto vacuno”, o sea…, mientras “el ojo del amo engorde el ganado”… no me extraña que el programa tenga tanta audiencia.

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