A ver, que me lo expliquen: resulta que los padres de una niña residentes en Hospitalet de Llobregat hacen amistad con un vecino, cuya imagen, según fotografía, daría para pensarnos dos veces si nos atreveríamos a cruzarnos con él en un callejón al anochecer, y, sin embargo, los padres de la criatura de nueve años le “dejan” que se lleve a su hija a unas vacaciones a Bolivia… ¡¿Mande?!

El payo se lleva a la nena a la zona selvática de El Chaparé y durante siete meses la viola. Y yo me pregunto: de verdad es tan difícil imaginarse las intenciones que podría tener el tipo este al “invitar” a una criatura a unas vacaciones al otro extremo del charco… Sinceramente, o yo soy una depravada mental, porque pienso siempre lo peor, ya saben el “piensa mal y acertarás” y vaya si acierto, o los depravados, y no mentales precisamente, son los padres. Eso o es que son gilipollas integrales. Sinceramente, ¿ustedes dejarían a su hijita… a su nieta de nueve años irse con un desconocido al quinto pepino?

Dicen las noticias que la Fiscalía de Bolivia, tras la denuncia de los padres          -¿denuncia…? ¿arrepentimiento? ¿alguien descubrió el pastel…?-  ha imputado al secuestrador, Grover Morales, los delitos de “secuestro, trata de personas, asociación delictiva y abuso sexual”. Para encontrar a la niña, toda una hazaña, ha sido necesaria la colaboración de las policías de España y Bolivia, y un exhaustivo trabajo de investigación y localización, por lo difícil del lugar: desde la ciudad más próxima, dos horas en vehículo y once horas a pie.

A  medida que se van sabiendo cosas, uno se entera de que el menda había confesado creer en Alá y que el Corán le permitía casarse con una niña. Así que me cuesta bastante creer que los papis no se hubieran desembarazado de su hija “casándola” ¡Por Dios bendito! con el cochambroso, digo con el cochabambo (natural de Cochabamba). Así que ¿dónde está el delito de secuestro? Aquí los mayores delincuentes son los padres, que no se preocuparon de en qué manos dejaban a su hija: manos pertenecientes a un violador de sus propias hermanas menores, sin ir más lejos. Yo que soy madre, y antes de que cualquier desaprensivo mirara ¡mirara! a una de mis hijas con ojos lascivos sería capaz de despachurrarlo, no soy capaz de entender semejante aberración. Me cuesta mucho creer que todo el sufrimiento, que se le inflige a una niña obligándola a mantener relaciones sexuales con un hombre que casi puede ser su abuelo, se olvide tan rápidamente y, cuando tengan hijas, las obliguen a las mismas cosas repugnantes que antes tuvieron que vivir ellas. No puedo entender que no hagan nada para impedirles ese sufrimiento. No. No creo que se trate de un acto de irresponsabilidad por parte de los progenitores. Es algo mucho peor, es como una canción que se cantaba hace años y que hablaba de un mundo al revés: Lobitos buenos maltratados por corderos, príncipes malos, brujas hermosas, piratas honrados… el estribillo decía algo así como “vamos a ver cómo es el mundo del revés”. Y tanto lo estamos viendo que a muchos de nosotros nos produce una enorme náusea. Tan del revés como para que quienes nos tienen que proteger no lo hagan. Y no hablo ya de gobernantes que tengan que salvaguardar y defender los intereses de sus ciudadanos      -que no es moco de pavo-, sino de los padres que no son capaces de cuidar, de amparar a sus hijos incluso de ellos mismos (vamos, de los padres, no de los críos).

“¡Ay…! -nos diremos- está bien que se descubran estas cosas porque así podemos combatirlas”. No nos engañemos. Hace mucho que la maldad, la ignorancia, la estupidez… están descubiertas y no es que la bondad, la cultura o la sabiduría hayan hecho poco para combatirlas, es que, como ya dijera el poeta inglés Wystan Hugh Auden, “el mal y la estupidez son vulgares y siempre humanos, y duermen en nuestra cama y comen en nuestra mesa”. Inquietante, ¿verdad? No es para menos.