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Ana María Tomás

Escribir es vivir

SEMANA… DE VIAJES

Una vez leí que en la vida había que caminar todos los caminos y surcar todos los mares porque no sabíamos en qué lugar nos esperaba la felicidad. Es decir, recorrer y buscar, pero sin poner nombres a esos caminos o mares interiores, entre otras cosas porque no se ajustarían -la mayoría de las veces- a la realidad. Lo vengo a decir por aquello de la “Semana Santa” y porque, supuestamente, estamos en un país de creyentes, eso sí, sin practicar, porque para practicantes ya están los ATS. No nos engañemos, a una santa semana -obviamente me estoy refiriendo a los creyentes- no se llega a través del camino del conocido itinerario de la Semana Santa, ésta no es -o al menos no debería serlo- un tiempo en el calendario, sino un lugar en el corazón. Sacar a la calle las diferentes imágenes de Cristos dolientes o de Vírgenes está muy bien para mantener tradiciones heredadas de nuestros ancestros y para recordarnos a los cristianos que hubo un Dios hecho hombre que cargó con nuestras cruces para hacer más ligero el camino hasta la Luz, pero no es suficiente; esas procesiones deberían recorrernos, no los ojos del cuerpo, sino los del alma, y hacernos conscientes de que, a nuestro alrededor, todavía quedan muchos Cristos abandonados, traicionados, heridos… Nos dice el evangelio (Mat. 25, 31-40) que, al final de los tiempos, escucharemos: “Venid a mí,  porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis”. O nos dirá todo lo contrario. Y cuando nosotros le preguntemos que cuándo hemos hecho o dejado de hacer eso, puesto que nunca vimos a Dios, se nos aclarará que se lo hicimos a Él cuando lo hicimos con nuestro prójimo. Y vista la cosa, tal y como nos las andamos gastando con los forasteros hambrientos… no sé, no sé… Por supuesto, insisto, me refiero a una de las muchas incongruencias de los creyentes que justificamos, sin despeinarnos, lo del “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Quede claro que considero entrañable las procesiones que representan una muestra amplia de tradición y cultura española, pero si somos honestos tendríamos que reconocer  que eso no es suficiente para dar nombre a la Semana Santa. No sería mala idea buscar un nombre más apropiado, algo  así como: “Semana de la manifestación artística y cultural”, o “Imágenes religiosas como viejo catecismo”,  un nombre más congruente que lo de llamarla “santa”. Ser conscientes de que la semana en cuestión, al paso de los años, ha perdido su significado original, ni tan siquiera es lo que era hace apenas nada. Los que fueron niños cuando yo lo era -es decir casi ayer- tenemos en el recuerdo el olor a cera, a incienso, a música sacra, a películas hagiográficas (vidas de santos, no echen mano al diccionario), a rezos, a penitentes que se castigaban arrastrando pesadas cadenas sujetadas a sus tobillos mientras portaban una pesada cruz (pobres… no se han enterado de que Jesús ya cargó con todas nuestras cruces); por el contrario, hoy nuestros niños asocian la Semana Santa con vacaciones, con playa, con parques temáticos o de atracciones.

Para los cristianos es todo un reto aprovechar estos días para que nuestros pequeños,  a través de esas imágenes, reciban una catequesis de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, pero también del mensaje salvador y amoroso del evangelio. Porque, como muy bien dice nuestro Papa Francisco: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”. Desde luego. Que una cosa es la genial historia que cuenta Umberto Eco en “El nombre de la rosa” sobre lo pernicioso de la risa y otra bien distinta que la alegría no vaya con nosotros.  Y es que son muchos quienes identifican nuestra religión, y se identifican, con caras tristes, con misas tristes y tristes cantos. Y no es por ahí. Claro que, también es verdad que tristes o alegres, con ayunos o comilonas, siempre habrá alguien a quien le chirríe la forma de llevar la religión a su vida, pero ya se quejaba de esto Jesús en el evangelio: viene Juan que ni come, ni bebe y decís que “tiene un demonio dentro”; viene el Hijo del Hombre que come y bebe y decís “es un comilón y un borracho”. Pues ¿sabéis lo que os digo?… Yo me imagino lo que dijo, lo que ocurre es que los evangelistas censuraron la frase.

 

Así que desempolvemos, para ello, los camarines, no de las iglesias, sino de nuestras memorias y transmitamos a nuestros hijos, al paso de las procesiones, los sentimientos vividos por nosotros a la edad que tienen ellos. Y regalémosles la maravillosa herencia de hacerlos sentir hijos de Dios.

 

 

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