Que digo yo que, visto lo visto, con el sótano de cadáveres instalados en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, eso de que somos polvo… vamos a dejarlo en cuarentena. Porque para llegar a eso o bien tienen que pasar unos cuantos lustros que conviertan la osteoporosis del -pongamos por caso- fémur, en polvillo o hemos de pasar por lo del pollo al as y salir ya del horno hecho ceniza.
Da grima, esa es la verdad. Da mucha grima ver fotos o videos de una habitación llena de cadáveres amontonados, sobre todo, si esa habitación resulta que es el sótano de la Facultad de Medicina de una Universidad. Porque pensamos y decimos que si el respeto de los cuerpos…, que si qué barbaridad… que si como pueden pasar estas cosas, nada más y nada menos que aquí, en este primer mundo. Pero, en el fondo, todos somos un poquiiito hipócritas. A ver, que levanten la mano aquellos que no se han reído con los consabidos chistes de alumnos de medicina y los correspondientes muertos… Lo que ocurre es que es necesario que se haga público algo que todo el mundo sabe, de una u otra manera, para que unos cuantos nos rasguemos las vestiduras. Porque imagino que nadie habrá pensado que a los cadáveres donados al estudio de medicina andan bañándolos en agua termal y adornándolos con flores. Esos cuerpos dejan de ser referente humano para convertirse en instrumentos de trabajo de inexpertos alumnos que suelen vomitar en su primer contacto con ellos. Y claro que resulta, como poco, abominable no tratar con respeto y consideración esos despojos humanos, pero, aunque la comparación sea odiosa, es como si le pidiéramos a nuestro carnicero que no amontonara la carne porque le faltaría al respeto al pobre pollo, cerdo, cabrito o conejo. Y, por favor (intenten leerlo con acento mexicano y benevolencia): “no se me reboooten”. No somos nada. Estamos hartos de decirlo, de escucharlo, pero no nos lo creemos. No-so-mos-na-da. Y cuanto antes lo asumamos mejor.
Seamos sinceros: que una cosa son los cuerpos parias que no tienen quien los reclame y otra el propósito de donarlos a la ciencia. Donamos nuestros cuerpos cuando somos muy generosos, o hemos decidido ser presentistas y hemos pensado que más vale caña y tapa en mano, que entierro pagado, o cuando nos encontramos que nuestros progenitores no han pensado en los herederos, sino en tomarse unas cervezas en lugar de pagarse un seguro de deceso y, claro, ¿qué van a hacer los pobres que se encuentran con un marrón así y sin un duro? Pues hala, “papito lindo, por fin vas a ir a la universidad”. Que bien distinto es donar órganos, eso es donar vida, pero lo otro… por favor ¿a qué tanta escandalera? Yo tengo donado mi cerebro para el estudio del Alzhéimer y, por supuesto cualquier órganos que pueda dar vida, pero el resto de mi forro mejor churruscadito y vuelto a la tierra. Y he de decirles que, por fortuna, tengo asumido que andaré por acá y por allá hecha rodajitas junto a esos personajes que pululan por mi mente. Y ¿creen que me puede importar que, por exceso de material, o de la incompetencia de unos gilipuertas, termine mi apreciada masa gris amontonada sobre otras masas más o menos grises que la mía? Pues miren, no.
El problema de esto, como de casi todos los problemas que andan ocultos hasta que algo o alguien mete el dedico en la yaga. Es que somos tan estúpidos que necesitamos que explote la noticia en plan escándalo para que todo empiece a moverse y se solucione. ¿Qué había muchos cadáveres que tenían que ser quemados y el horno estaba más “p´allá” que “p´acá”? pues nada, parece ser que ya todo está resuelto: el funcionario que está prejubilado ocupará los cuarenta días que tiene que trabajar al año quemando restos y los demás se llevarán a otros hornos. Lo que ocurre es que produce mucha tristeza que tengan que convertirse algunos problemas en noticias de portada para que tomemos cartas en el asunto.
En cuanto al olor a muerte y a formol… Por Dios… ¿a qué va a oler? Que se lo pregunten a los estudiantes, y a sus profesores. Y claro que no podemos perder de vista que esos cuerpos han aprisionado un alma, que esas “venas, que humor a tanto fuego han dado” y esas “médulas, que han gloriosamente ardido” (Quevedo dixit)… “Su cuerpo dejará, no su cuidado;/ serán ceniza, más tendrá sentido;/ Polvo será, más polvo enamorado”…
Lo que ocurre es que la ciencia… lee muy poca poesía. Y así les va a esas secas venas y médulas.