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Ana María Tomás

Escribir es vivir

¡Que te pego… leche!

La famosa frase del “¡Que te pego, leche!” que encumbró el, ahora caído en desgracia, Ruiz Mateos dirigida al ministro Boyer, y las variadas reacciones, a favor y en contra, que suscitó en su momento, me vienen genial para tratar un asunto de “dar p´alpelo”.

Esta semana, una ONG del Reino Unido llamada Mankind ha hecho público un estudio sobre las diferentes formas de reaccionar ante el maltrato físico cuando éste se ejerce sobre una mujer o sobre un hombre.  Para ello, un grupo de jóvenes han escenificado una pelea de pareja en mitad de la calle. La cosa tiene su guasa porque mientras era la chica la maltratada, los transeúntes mostraban conciencia social: se detenían, increpaban al maltratador, mediaban en la pelea, le plantaban cara y defendían abiertamente a la muchacha ¡Bravo! ¡Por fin! ¡Cuántos siglos para llegar hasta aquí…!

Ahora bien, cuando ocurría lo contrario y era ella quien agredía al chico, la gente  pasaba olímpicamente; nadie movía una mano, es más, lo que movían era la mandíbula para  carcajearse de la situación. Puede que haya alguien a quien le resulte gracioso ver cómo una mujer mangonea a un hombre, pero lo que no quieras para ti…

Vaya por delante que me parece genial la movilización de la tropa anónima callejera en defensa de las féminas; que ya está bien lo que sigue ocurriendo en el mundo entero con nosotras. Sin ir más lejos, hace unos días una joven pakistaní fue muerta a ladrillazos por sus hermanos por el terrible delito de haberse casado con un hombre elegido por ella. Este tipo de crímenes de honor en Pakistán les cuesta la vida casi a tres chicas diariamente. Por no decir cómo las sentencian a muerte si osan convertirse del Islán al cristianismo. Pero, aun así, lo que no es justo no puede justificarse en modo alguno. Vale que las mujeres somos más frágiles ante la fuerza bruta del hombre, y nos resulta más difícil la defensa; cosa distinta a cuando es la mujer quien ejerce la violencia sobre el chico, quien, con una buena… “oblea”, puede mandarla más allá de donde se fue Solano. Pero todo eso no puede servir para anestesiar nuestras conciencias y dejarlas en un poso de venganza: si ellos nos maltratan cuándo y cómo les da la gana, bien está que, de vez en cuando, alguna mujer tenga los suficientes ovarios como para agarrar del cuello al tirano de turno. Lo que ocurre es que “el tirano” en esos casos suelen ser un sumiso peluchín que aguanta carros y carretas. Y no es necesario llevar nuestra mente hasta esos esperpénticos chistes en donde una oronda y gigantesca señora le atiza con el rodillo de cocina a un pequeñajo y esmirriado marido. No. Aquí hablamos de parejas similares o incluso en donde ella puede ser perfectamente la escuchimizada y no por eso dejar de ser una maltratadora del copetín.La ONG Mankindpostula que son muchos más de los que nos imaginamos los hombres que acuden hasta ellos con brazos rotos, rostros desfigurados, hartados a golpes o, lo que es peor, con larga experiencia de maltrato psíquico y verbal a sus espaldas.

El vídeo dela ONGha generado más de dos millones cuatrocientas mil visitas, en nada de tiempo, concienciando, con ello, cómo hemos pasado, por efecto pendular, de encontrar justificable o simplemente ajena a nosotros la violencia hacia la mujer, a considerarla lo que realmente es: un agresión sin justificación alguna. Pero también, tristemente, hemos pasado a no tener en cuenta la violencia ejercida ahora sobre el hombre. Tampoco hubiese estado mal que el experimento se hubiera ampliado a parejas de homosexuales. Estoy segura de que cuando hubieran visto pelearse a dos hombres, los transeúntes habrían pensado que era una pelea de machos, pero, cuando lo hubieran hecho las mujeres, no habría pasado de ser una pelea de gatas. Todavía nos falta mucho para andar realmente concienciados en esto de mujeres y hombres.

Hace años vi una película -no recuerdo el título- sobre las torturas en los campos de concentración nazis y cómo, una vez liberados los judíos, se ensañaban con algunos alemanes que no solamente no habían participado del genocidio, sino que habían arriesgado sus vidas para ayudar a los judíos.

La violencia, la fuerza dominadora, el maltrato físico o psíquico o la mala baba, ni se pueden justificar en modo alguno, ni se puede permitir venga de donde venga. El “ahora que se jodan ellos” no nos vale porque tanto las palabras como el sentimiento al que pueden remitirnos sólo nos lleva a la parte más oscura de nosotros mismos.

 

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