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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Los meses del miedo

Mi amiga dice que no quiere animales en casa, porque con su marido tiene bastante y, además, no tiene que sacarlo dos veces al día (lo cual es bastante cómodo). Su hermana, por el contrario, tiene pájaros, gato y perro que, por mucho que digan las malas lenguas, se llevan como los ángeles. La hermana de mi amiga se considera, también, hermana de los animales, como san Francisco, hasta el punto de que jamás comería un trozo de carne (no sé si nuestros hermanos franciscanos pensarán lo mismo del “pata negra”), o le haría sufrir, ni con el pensamiento, a ningún animal. Ella está convencida de que cualquier muestra de vida contiene el soplo divino y de que tanta alma posee la breve existencia de una rosa como la centenaria de una tortuga; incluso alguna vez ha confesado que entiende que haya creencias que mantengan la idea de la reencarnación en animales y que, si fuese cierto y le tocase alguna vez, a ella le gustaría hacerlo en una pantera -a mí me parece una elección un tanto agresiva-.

 

Yo también, como la hermana de mi amiga, me confieso amante de los animales, en especial de los perros. No es la primera vez que hago confesión pública de la gratitud que me produce la fidelidad canina. Sobra explicarles a ustedes lo que siento ante los abandonos (cada tres minutos se produce uno en nuestro país) y las agresiones cometidas a las mascotas. Tristemente, encabezamos la lista europea en el maltrato a nuestros animales. Afortunadamente, somos  muchos quienes nos planteamos la tremenda ruptura que hay entre civilización y comportamiento civilizado. Nombramos, sin que se nos caiga la cara de vergüenza, como “animaladas” hechos que cualquier animal sería incapaz de hacer: los animales sólo matan para subsistir, en un equilibrio perfecto de la naturaleza hasta que mete las pezuñas el hombre. Decir que es una salvajada torturar o ahorcar a fieles galgos, como hacen algunos cazadores, es faltar a la verdad, porque ni el más salvaje de los animales mata por matar. Más que una animalada yo diría que es una “hombrada”  o sea,  producto “made in man”, puesto que justo lo contrario a lo que llamamos valores humanos -nobleza, fidelidad… etc.- son los humanos los únicos que lo hacen.

 

Siempre he pensado que quienes, de una forma u otra consienten o permiten la tortura a indefensos animales, de alguna manera, se convierten en cómplice de esos hechos tan bárbaros. Lo mismo desconfío de quienes no aman a los animales que de aquellos que son testigos de sus sufrimientos y no mueven un dedo por evitarlo, en cuanto a los que son capaces de cometer tropelías con ellos me producen la misma repugnancia y el mismo desprecio que si lo cometiesen con un ser humano: tan débil e indefenso es un perro que recibe una patada como un niño.

Me cuesta trabajo entender es que a estas alturas todavía no haya una Ley Marco que proteja a nuestros animales y tipifique como delito las barbaridades que somos capaces de perpetrar con ellos (actualmente hay hasta diecisiete legislaciones según comunidades).

Hace unos días recibí varios correos electrónicos de diferentes personalidades del panorama nacional solicitando que uniera mi firma a las suyas con el fin de presionar para que se agilicen los trámites de una propuesta que el Congreso ha aprobado y que urge al Gobierno a legislar contra el abandono y el maltrato de los animales de compañía, y que contemple la prohibición del sacrificio de animales en centros de acogida y establezca medidas de control poblacional. Decían que julio y agosto son los meses del miedo para decenas de miles de mascotas y que sólo generando una ola de presión ciudadana lograríamos que se agilizaran los trámites y se pusiera en marcha una campaña de sensibilización capaz de salvar a miles de mascotas.

Hace unos días, también, la hermana de mi amiga -la amante y defensora de los animales- chocó, en plena carretera con dos galgos abandonados que, para desgracia de todos, murieron en el acto  provocando un accidente que podía haber sido más terrible si ella hubiese reaccionado de otra forma.

 

Nuestras mascotas nos dan amor incondicional y una lealtad animal que ya quisiera para sí la humana. Esto es un S.O.S. a la conciencia de todos ustedes. Quiero confiar en que comiencen ya a mover ficha, por leve que sea ese movimiento será imposible que no se descogurcie el resto de este injusto dominó.

 

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