Me encabronan ciertas frases, comentarios o chistes machistas venidos de labios de un hombre, pero… digamos que puedo “entenderlo” dado que no saber lo que dicen o lo que hacen son los dos únicos defectos que tienen “algunos” hombres (no se me reboten, que he dicho “algunos”).
Sin embargo, me resulta insufrible que sea una mujer la que promueva el vituperio (entiéndase como ofensa que deshonra) contra otra mujer y más si ésta tiene nombre y apellidos. Si esto, además, se hace a voz en grito frente a las cámaras de televisión o aprovechando cualquier otro medio de comunicación estarán ustedes conmigo en que semejante acto es deleznable y que la única ventaja que puede tener es que deja al descubierto la clase de persona que es quien pronuncia la parrafada casi más que la de aquella a quien se dirige.
Vamos, con los problemas que ya tenemos las mujeres para sobrevivir en un mundo machista como para desperdiciar fuerzas acusándonos, justificándonos o culpándonos entre nosotras.
¿Puede alguien explicarme por qué en un adulterio la culpable es siempre la mujer? Porque al hombre en cuestión parece que le falta mear agua bendita: que si él no quería pero ella (la muy pendón) le puso el jabón… y claro ¿cómo no va a patinar? Sobre todo si andaba como loco persiguiéndolo para pisarlo; que si le pilló desprevenido… que pasaba por allí y la chica estaba tan mona con su mejor adorno en las orejas: o sea, sus rodillas; que si… etc. Resumiendo, que “toa” la culpa “latenío”, como decía Campoamor: “la noche, la ocasión…” y la rubia de turno que pasaba por allí.
Llevo unos días alucinando -si es que todavía soy capaz de alucinar por cosas así- tras ver en riguroso directo, en una cadena televisiva, cómo unas cuantas supuestas amantes de Mohedano, el hermano de la Jurado (¡Dremíadelamorhermoso! si la susodicha levantara la cabeza), discutían entre sí sobre quién había corrido la mejor maratón sexual con el… individuo. Y todo ello delante de la legítima que acabó, la pobre, en una explosión de rabia, dolor y humillación mientras las cámaras se recreaban en su sufrimiento dándole soga para que siguiese ahorcándose.
Hace unos años, nos hubiera resultado impensable asistir a un espectáculo así, también es verdad que antes el kilo de mierda estaba muy depreciado no como ahora. Ahora, volcar unas cuantas calderetas de excremento sobre el honor de una mujer da para comprarse, por lo menos, un coche.
Quien haya visto esas imágenes pensará que las arpías no son tan quiméricas o mitológicas. Era vomitivo ver cómo exponían sus intimidades ante las cámaras y ante un público presente que tomaba partido como si lo más rancio de nuestra España profunda volviera a la primera plana: “Eza tía tie entre las piegnas un diamante”. Y, claro, probablemente nuestro hombre tenga espíritu de joyero y lo único que pretendía era hacerle la talla.
“Según un estudio reciente llevado a cabo por la London School of Economics, los hombres más inteligentes suelen ser más fieles, puesto que hay una clara correlación estadística entre infidelidad y bajo cociente intelectual. Satoshi Kanazawa, el científico que ha dirigido la investigación, basa esta curiosa conclusión en la novedad evolutiva que supone la monogamia masculina”. Es decir, que los hombres más evolucionados prefieren la exclusividad sexual frente a la promiscuidad del hombre cavernario ¡¿Oído cocina?!
Sin embargo, al parecer, tenemos entre nosotras a mucho cavernícola, dado el pampaneo. Y no creo que, por el hecho de conocer las mujeres nuestros puntos débiles, debamos recurrir a los insultos o golpes bajos. Resulta siniestro ver discutir a dos mujeres por un hombre, sobre todo porque pocas veces un hombre que juegue a dos bandas merece la pena.
Tal vez una de las soluciones sería tomarnos un cafetito y si es bien, bien, caliente mejor, de esa forma no habría más remedio que darle algo de reposo a ciertas lenguas.