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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Fauna playera

Resulta que acabo de enterarme que si se planta la sombrilla a menos de seis metros de la línea de playa estas cometiendo un delito sancionable con hasta setecientos euros. Sí, sí. Como lo oyen, bueno, como lo leen. Y, por si no lo sabían, el desconocimiento de la norma no exime de su cumplimiento. Que digo yo que, manda huevos, cómo voy a cumplir normas que no sé ni que existen. ¿Pero ustedes han visto una playa últimamente…? Pero si cada vez madrugan más nuestros pobres pensionistas para pillar trozo en la playa. Y todo para que, casi al mediodía llegue hasta el territorio conquistado el resto de su tropa, mientras él ha tenido que batirse el cobre a sombrillazo limpio para poder clavar el parasol en primera línea. Bueno, tan en primera línea que más de una vez alguna ola se ha llevado sus chanclas o le ha calado la toalla guardasitio.

El Ayuntamiento de Cullera, por ejemplo, ha prohibido entrar en la playa antes de las siete y media de la mañana, hora en la que suele terminar la limpieza de las mismas. Y tendrían que ver a nuestros abueletes cargados de sombrilla, silla, toalla y pala (sí, señor, pala, para delimitar el terreno) que parecen los orcos de la batalla de Helm en “El Señor de los Anillos”.

Y a nuestros mayores se les podría perdonar casi cualquier cosa, casi…, porque hay que ver algunos la mala lechecica que se gastan y lo maleducados que son, que ahí se puede confirmar claramente que la vejez es sólo reflejo de lo que ha sido la juventud, pero… en fin, aunque sólo sea porque andan con un pie aquí y otro en el cementerio digamos que  vamos a entender y a aceptar que se conviertan ellos solitos en “animal de compañía” pero ¡Ay, amigos! es que por momentos la playa se transforma en el abismo de Helm: pequeños monstruitos llenándote de arena, cerditos atestando la arena de cáscaras de pipas, incívicos arreando palazos a diestro y siniestro, que, vamos, olvídense de disfrutar de un paseo por la orilla de la playa: si no recibes un golpe de pala en el cogote recibes un pelotazo en el ojo o un furioso hincado de sombrilla en el quinto metatarsiano…

¿Qué está ocurriendo en nuestras playas? ¿Es que nos dejamos en casa, junto a la ropa, la educación?

La hermosa playa de Las Catedrales, en la provincia de Lugo, era, hasta hace muy poco, un hermoso arenal delimitado por una pared de pizarra esculpida por el mar en bellas formas, con arcos de más de treinta metros que recuerdan los arbotantes de las catedrales, vamos una preciosidad natural y un regalo de sosiego para la vista y para el alma. Eso ha cambiado en muy poco tiempo gracias a las recomendaciones de varios internautas que animaban a visitarlas. La tranquilidad del paisaje se ha esfumado ante la presencia diaria de más de doce mil individuos de todas las especies humanas: educados, maleducados, respetuosos, incívicos, amantes de la naturaleza y asesinos de ella… de tal forma es la marabunta visitante que el alcalde de Ribadeo se ha tenido que plantear la idea de poner un límite diario con el fin de preservar lo más posible lo que la naturaleza ha realizado en siglos y el ser humano puede destruir en horas. De hecho, sus paredes ya han sido heridas por multitud de nombres esculpidos en ellas. Ese incomprensible y gilipolla afán de dejar nuestra destructora huella por donde se pase. Como imbéciles hay en todas partes, en mi pequeña y a la vez inconmensurable “catedral” del Monasterio de Santa Ana (Jumilla) en sus viejas paredes de siglos también les dio por llenarlas de nombres hasta que un día, un sabio franciscano colocó el siguiente cartel: “Si eres creyente, reza. Si eres incrédulo, admira. Si eres tonto escribe tu nombre en la pared”. Y, oigan, mano de santo. Aunque también es posible que muchos de los orcos que visitan nuestras playas carezcan de los rudimentos necesarios para hacer una lectura comprensible de cualquier recomendación urbana.

El problema es que no podemos ponernos en guardia contra ellos pues han adoptado una fisonomía similar a la del resto de los mortales, y sólo es posible descubrirlos cuando están en acción, así que más nos vale que andemos ojo avizor, pues, como decía E. Paul Abbey: “La naturaleza no necesita defensas, sino más defensores”.

 

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