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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Jacarandosos

Una jacarandosa anciana le dice a otro no menos garboso octogenario: “Mira amor, en esta farmacia tienen pastillas para la tensión, el colesterol, la artrosis, la circulación de la sangre, el insomnio… ¿Qué te parece si ponemos aquí la lista de boda?”

Hace un par de semanas ocupaba la portaba del XLSemanal una espléndida Jane Fonda que a sus setenta y pico años hablaba sin recato alguno de cómo disfrutaba de las relaciones sexuales o de cuánto le gustaba ir a la moda o ser imagen de una marca comercial de productos de belleza.

“Afortunadamente, cada vez somos más”, y esta frase que puesta en boca de la Presidente de la Asociación de viudas de mi pueblo fue motivo de mucho recochineo, puesto que no fue entendida como la buena mujer pretendía: de que cada vez eran más asociadas, no más viudas (¡Ay, Señor!), traída ahora al contexto de personas mayores cobra una nueva dimensión.

Los sacaperrasyengañazagales que no son tontos y andan ojo avizor a ver cómo puede transferirse el poco dinero del común de los mortales a sus propios y abultados bolsillos llevan tiempo generando opciones para que nuestros yayos dejen de ser lo que toda la vida de Dios han sido: unos venerables ancianos llenos de conocimientos dispuestos a traspasarlos a sus herederos en conversaciones durante las largas noches de invierno, para convertirse en atrevidos concursantes de salsa cubana; en especialistas en viajes de la tercera edad donde tener la oportunidad de ligar a diestro y siniestro a la manera tradicional y no como ahora de aquí te pillo aquí te mato; en momificadas aunque elegantes modelos de alta costura, y, por supuesto, en imagen de cremas antiarrugas o en portadas de revistas del corazón por mantener sonoros romances con otros más o menos ancianos. Llevamos un buen verano para tomar ejemplo: ahí tenemos, sin ir más lejos, a nuestra nacional Teresa Campos, con sus setenta y tres tacos, manteniendo un idilio con Edmundo von Lohse, más conocido como  Bigote Arrocet. Y ahora, acaba de parirse la idea del “Eramus” de residencia, no ya sólo universitaria, como conocíamos, sino geriátrica. Nuestros ancianos aparcados en residencias para idem pueden intercambiarse con octogenarios de residencias del resto del mundo, dándoles la posibilidad de viajar hasta lugares paradisiacos y dar a conocer su sabiduría y sus ganas de vivir a otros que estén en sus mismas circunstancias.

Seamos sinceros, nuestros viejetes no son lo que eran. Hay una total y absoluta sublevación que ríanse ustedes de la de don Pelayo. Y la culpa de esa rebeldía la tenemos sus descendientes que, primero, en la época de las vacas gordas, nos estorbaban en casa y los fuimos depositando en asilos y residencias como quienes se quitan de encima un estorbo. Y más tarde, en la época de las vacas flacas, ir a buscarlos y traerlos de nuevo a nuestras casas chupándoles hasta el último euro de su exigua pensión, cargándolos de nietos y de responsabilidades que ya vivieron cuando fueron suyas pero que ahora no les corresponden. Y ahí están los sufridos abueletes madrugando más que cuando trabajaban a turnos para cuidar de nietos, hijos, nueras y yernos con una abnegación sin límites y un esfuerzo cada vez más limitado mientras los hijos anteponen sus egoísmos o los de sus parejas (calzonazos y bragazas) a la salud y al merecido descanso y calidad de vida de sus padres.  Pero como todo tiene un límite presionarlos de esa manera y dejarlos con menos sangre que el gato de Drácula, ha conseguido que lleguen a plantearse si la vida es como dice un viejo refrán campestre: “Vendimiar y coger oliva”. Y han pesando que, con tantos años encima, ya los han explotado lo suficiente como para dejar que sus hijos sigan haciéndolo. Y se han puesto el mundo por montera y les han cantado a sus crecidos y comodones vástagos que una cosa es la edad y otra bien distinta la vida. Que son ya son muchos inviernos encima como para no saber disfrutar de las breves primaveras y de las pequeñas cosas importantes de la vida: algo que muchos jóvenes desconocen, criados en la superabundancia de todo lo superfluo y con los ojos llenos de pan.

La pena es que no son demasiados los que deciden decirles a sus hijos que, igual que no contaron con ellos para encargar a sus nenes, que tampoco cuenten con ellos para criárselos. Aunque… como decía la Viuda de mi tierra: “Por fortuna, cada vez somos más” los que sabemos echarle, no años a la vida, sino vida a los años.

 

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