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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Ustedes perdonen

Desde aquel famoso y falso “Perdonen que no me levante” supuestamente escrito en la tumba de Gruocho Marx hasta la famosísima disculpa del soberano Juan Carlos I, con su “Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir” han llovido muchas disculpas, pero muy a poco a poco, chispeando, como decimos en mi tierra cuando comienza a llover lentamente. A la gente le cuesta trabajo reconocer sus errores y pedir perdón, mucho más si ese reconocimiento se ha de efectuar en público. Sin embargo, ese lento chispeo se está convirtiendo en un aguacero que quita el encanto de la lluvia porque no es ya como si lloviera a mares, es que ahora nos arrojan  a la cara cubos de agua, en muchas ocasiones, tan fría como esas disculpas que se nota a la legua que solo salen de labios hacia afuera y no ya sin emoción, sino con un buen tinte de recochineo y cinismo. Sirvan para el caso los ejemplos de la actriz Beatriz Montañer, quien tuvo que pedir perdón a Bertín Osborne después de enfrentarse duramente a él y apostarse que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, no había hecho ni una sola referencia a las bondades del gobierno venezolano. La fórmula elegida fue la que utilizó en su día el Rey Juan Carlos, solo que esta vez no había en sus palabras la vergüenza que hubo en las del monarca. La actriz lo hizo en tono burlón y sin la más leve muestra de sinceridad; imagino que bastante fastidiada por su pública metedura de pata y el hecho de tener que soltar la pasta acordada. Otro ejemplo lo tenemos en el pique entre Piqué y la Guardia Urbana que denunció al jugador azulgrana por aparcar donde no debía. Sobra explicar aquí cómo se puso el muchacho, todos hemos tenido oportunidad de ver y escuchar las lindezas que salieron de su boca a los agentes y el ridículo al que se expuso al lanzarles a la cara, además de la multa arrugada, las frases: “Me tenéis envidia porque soy famoso” o “Se te va a caer el pelo. Esta denuncia va a quedar en nada porque  llamo a tu capo y me la quita” ¿Cómolll? ¿Pero dónde se creía este chico que estaba? Mira que confundir la Guardia Urbana con la mafia calabresa… Así que, cuando falto de imaginación, recurrió a las ya gastadas palabras del monarca para poner en su cuenta de Twitter en consabido “lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir” Pues qué quieren ustedes que les diga…

Yo entiendo que, para pedir disculpas, basta con sentir sinceramente que, por la razón que sea, algo se ha hecho mal o ha herido a alguien. Evidentemente, quien esté libre de haber metido la pata hasta el cuello que tire la primera piedra; pero también es preciso dejar a un lado la recompensa subyacente, por ejemplo, la excitación o la simpatía que provoca la condición de víctima. Mientras culpemos a los demás de los acontecimientos, nosotros estamos a salvo de tener que tomar el toro por los cuernos y responsabilizarnos de la parte activa que hayamos tomado en el asunto.

Si hasta hace bien poco nadie daba su brazo a torcer reconociendo sus equivocaciones, ahora da un poco, o un mucho, de empacho comprobar que pedir disculpas se ha convertido en una fórmula establecida de cara a “lavar” una imagen ensuciada con alguna declaración inoportuna, impropia o incomprensible, a saber: el consejero de Sanidad pide perdón a Teresa Romero, la enferma de Ébola, por… sus “desafortunadas manifestaciones” al apuntar que no era necesario hacer un máster para ponerse el traje aislante. El concejal de Hortaleza Ángel Donesteve cesó a la funcionaria Delia Berbel porque la buena mujer, tras dar a luz, pretendía conciliar su vida profesional con la familiar, algo que, según este señor, “no se merecían los vecinos”. Zanjó el escándalo que produjeron sus palabras con la “obligada” readmisión de la trabajadora y un “Quiero pedir perdón a cuantos haya podido ofender. Soy un firme defensor de la familia, de la igualdad del hombre y la mujer y de la conciliación de la vida laboral y familiar” ¡¿Mande?!

Locutoras, presentadoras, mantenedoras televisivas… que permanecen impertérritas y ajenas a lo que dicen mientras piden perdón por haberla pifiado. Programas vergonzosos en donde dan cabida a que una mujer pida perdón a su marido después de haberse mostrado en público, en numerosas ocasiones, de la manera más obscena y vulgar con otros hombres en plena calle.

Decía Tolstoi que “comprenderlo todo es perdonarlo todo”. A ver si va a ser que el problema no está en quien tan falazmente pide perdón, sino en quienes estamos saturados de comprender tanto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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