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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Cambio avaricia gilipolla por síndrome

Imagino que para alguien “rezón campana”, es decir: tan, tan, tan inclinado a rezar como Fernández Castiñeiras, el ladrón electricista de la catedral de Santiago de Compostela, capaz de anotar por escrito en su diario: “Vine por la catedral, saque 20.735 euros, luego conté, luego a rezar”, tiene que ser muy tranquilizador pensar que lo que los creyentes católicos hemos calificado desde siempre como faltar al séptimo mandamiento de la Ley de Dios –no robarás– ahora resulta ser solamente un “síndrome”, “obsesivo compulsivo acumulador” para más señas ¡Manda huevos! No importa que haya tropecientas horas de cinta de cámara de seguridad grabando cómo el payo mete mano y luego se va a rezar tan satisfecho como si viniera de donar médula ósea, ni tampoco que reconociera que robaba descaradamente y durante muchos años, que esa es otra, además de ladrón, avaricioso y gilipollas… Y digo que no importa porque parece ser que su abogada quiere argumentar que el muchacho no es que sea amigo de lo ajeno, sino que tiene un síndrome compulsivo acumulador ¡Fíjense!, el pobre, que le dio por acumular “filletes” y no chatarra.

Siempre me ha parecido injusto y bastante imbécil justificar la maldad mediante la enfermedad. Un psicópata puede que sea un enfermo, pero también es un ser malvado, y también hay muchos malvados que nada tienen que ver con enfermedad o síndrome alguno. Y no digo con esto que el “litri” (o sea, el electricista compostelano) sea malvado pero está claro que no es buena persona. Creo que cualquiera podría disculpar o entender que, en un momento determinado de nuestra vida, por las razones que sean, alguien busque salir de algún aprieto metiendo mano en dinero ajeno pero, tela marinera, la perseverancia que ha mostrado el payo. Por otra parte… yo alucinaba viendo su libretica de apuntes de las cantidades que afanaba y que distribuía, al parecer, en maletas, roperos, bolsas deportivas… etc. etc. etc. Y aquí viene el reverso de la moneda ¿cómo se puede robar de una sola tacada veinte mil setecientos treinta y cinco euros sin que nadie se dé cuenta? ¿Cómo se puede mandar al banco, sin contar, un paquetón de algo tan goloso como es el dinero? ¿Quién asegura que el cajero o el director de la entidad financiera no han desviado otros cuantos millones para su bolsillo? A fin de cuentas nadie contaba el dinero ¿Y cómo es posible que se generen esas cantidades desorbitadas de dinero sin ponerlo a trabajar para aquellos que nada tienen? Es verdad que la catedral es un monumento soberbio con lógicos gastos de mantenimiento, pero teniendo en cuenta que a quien se da culto en ella era discípulo de quien no tenía dónde reclinar la cabeza… No sé cómo el Papa no se ha liado un látigo a la muñeca y se ha puesto a dar latigazos a diestro y siniestro como ya hiciera el Jefe con los cambistas del templo. Quizá porque le pilla un poco lejos, pero está claro que hay muchas preguntas a las que alguien tiene que dar respuestas.

No sé si ustedes han visto la película llamada “Seven” protagonizada por Brad Pitt y Morgan Freeman, el argumento trata de una serie de asesinatos relacionados con los pecados capitales (son llamados capitales porque generan otros muchos) y en donde todos esos pecados personalizados en obesos, prostitutas, abogados, etc. hayan la muerte como castigo. Por suerte para quien se haga los cien metros lisos de la soberbia a la lujuria, de la envidia a la pereza, de la ira a la gula o de la avaricia a la avaricia como ha hecho “el litri”, como ya lo hizo Urdangarín,  o como lo ha hecho la familia Puyol, o Bárcenas o tantos y tantos otros de todos los estamentos, culturas y alturas sociales… no sólo no existe la muerte como castigo, sino que la justicia tiene numerosos recovecos como para escaparse por alguno de ellos sin rendir cuentas.

Dicen que la avaricia rompe el saco. Parece que también puede romper la vida. ¿Qué necesidad tenía Urdangarín, por ejemplo, de tener más de lo que nunca imaginó lograr? Pasó de ser un deportista, sin más oficio ni beneficio que una pelota a forrarse las ídem siendo el yerno del Rey de España ¿no le bastaba? Y el ladronazo de la catedral de Santiago ¿no tuvo bastante con saquear  tanto billete? Pues no. Tenía que robar códices incunables para que saltaran todas las alarmas. Alguien dijo: “Y vio Dios que todo era bueno y aparecieron los abogados”. La del “litri”  ya ha argumentado, como defensa, que sufre un síndrome obsesivo compulsivo acumulativo. Ya saben que, contra la avaricia, nada como la largueza, ojalá le calcen un juez que sufra el síndrome de la generosidad carcelaria.

 

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