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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Supuestos lógicos

Imagino que ustedes conocerán –por viejo– el chiste en donde una maestra está  explicando qué es la Lógica, cuando Jaimito la interrumpe para asegurarle que tal cosa no existe. “¿Cómo que no existe la Lógica? ¿En qué te basas?”, pregunta la maestra. Verá, seño, yo vivo en un quinto piso y cada vez que bajo y subo lo hago por las escaleras tocando los timbres de todas las viviendas. ¿Verdad que lo más lógico sería que me llamaran “el tocatimbres”? “Sí”, responde la maestra sin saber muy bien a dónde quiere ir a parar la criaturita. “Pues me llaman el hijoputa del quinto”. Y esto que, a todas luces, es un chiste no deja de ser una auténtica argumentación de que no siempre el desarrollo de una serie de hechos puede resultar coherente y sin contradicciones que haya que lamentar.

Consideramos absolutamente lógico que una madre quiera a su hijo; que, cuando estemos enfermos, busquemos la salud; que seamos felices cuando la lotería nos premia con un montón de millones; que sintamos dolor ante la pérdida de algún ser querido; que disfrutemos de un buen baño en el mar cuando el calor socarra nuestros cuerpos; que nos vayamos a casa a descansar y a reponernos cuando el doctor nos da la baja laboral… etc. Sin embargo, como muy bien argumenta Jaimito en el chiste, la Lógica, esa parte de la Filosofía que trata del estudio de los métodos y principios utilizados para distinguir el razonamiento correcto del incorrecto, no siempre funciona porque, aunque sean la excepción de la regla, todos sabemos de alguna madre capaz de vender, prostituir y hasta asesinar a sus propios hijos. Y también sabemos de casos en donde por encima del deseo de vivir nos habita un gen asesino que nos hace buscar nuestra propia destrucción de las mil y una maneras inimaginables. Y ahora mismo tenemos en la gran pantalla una película de Gracia Querejeta y Maribel Verdú “Felices 140”, en donde se demuestra que lo peor que puede ocurrirle a una persona, en según qué casos y momentos, es que le toque la lotería. Recuerdo cómo me impactó el caso de una chica a quien le cayó el Gordo de Navidad y dijo que era lo mejor que le había podido ocurrir porque con ese dinero se operaría de la enfermedad de Obesidad Mórbida inmediatamente, sin esperar a que la llamasen por la Seguridad Social. Aquella chica murió en la mesa de operaciones. Y también estoy en disposición de confiarles cómo he visto celebrar, con cava del bueno, la muerte de un padre; aunque he de decir, en honor a la verdad, que siempre fue un tirano con sus hijos, pero lo que cuenta para llevarles hasta mi particular huerto de hoy es que la Lógica no siempre existe, funciona o se tiene en cuenta. Vamos, ya me dirán si resulta apetecible lanzarse a las aguas marinas un día de invierno con el termómetro muy por debajo de los ceros grados. Y ya, en el colmo de los colmos, ¿a quién se le puede ocurrir pensar que un trabajador va a meter el parte de baja médica bajo la tapa del váter y va a seguir trabajando como si nada? Sinceramente, a nadie. El que más, el que menos, aprovecha esos días de descanso para mejorar si, realmente, está muy malito, o para poner en orden trabajos de casa atrasados… a ver, que no me refiero a ninguno de ustedes, que ya sé yo de sobra que mis lectores son muuuy honrados y que no tomarían una baja así como así, pero, seamos sinceros, haberlos haylos. Y claro, desde la mentalidad de la pillería, mentalidad que comparten trabajadores y jefes de diferente manera: los primeros para aprovecharse de unas minivacaciones extras, y los jefes desconfiando absolutamente de sus subordinados, sin pasarles, ni por la tela del juicio, pensar que, si un médico le da la baja a un trabajador, este seguiría trabajando… pues entonces ocurre lo que ocurre. Ocurre que un niño puede vivir junto a su peor enemigo aceptándolo todo porque, a fin de cuentas, es su madre. Ocurre que alguien se juegue la vida a una invisible ruleta rusa porque no le importe nada morir. Ocurre que la mejor de las noticias no sea más que un caramelo envenado que nos lleve hasta la peor de nuestras desgracias. Ocurre que deseemos fervientemente la muerte de quien se supone uno de nuestros seres más amados. Ocurre que desconcertemos al mundo convirtiéndonos en un cubito de hielo cuando deberíamos andar buscando el calor de la lumbre. Y ocurre que un piloto pueda estrellar un avión cargado de pasajeros porque a nadie, “lógicamente”, se le ocurrió pensar que podría trabajar mientras un médico lo había incapacitado para volar.

 

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