Cercano el Día Internacional del Libro, las palabras de aquellos que me rodean se colman de una esponjosidad similar a la de las máquinas de palomitas y saltan de las páginas introduciéndose por mis ojos, mis oídos, mi boca, mi nariz… penetrando por los poros de mi piel; algunas, como “esclavitud sexual”, clavándose en la carne entre mis uñas. Otras, como moscas cojoneras, picándome donde más me duele, poniendo sus dedos largos y poderosos en mis heridas, sin dejarme reacción a esquivar el golpe. Y otras aguijoneándome titulares y temas para regalarles a mis lectores cada semana. Saltan de nuevo, una vez dentro de mí, al calor de mi cerebro: una palabrapalomita por aquí, otra por allá. Y yo intento apresarlas todas, unas para esta semana, otras para la que viene, como un drogadicto que, apenas termina de ponerse un chute, ya está pensando en cómo conseguir la siguiente dosis. Y así voy, ojeando y hojeando vida y periódicos en continuo estado de expectación, dejando danzar dentro de mí los sentimientos a la espera de ver qué noticia los revoluciona o los impacta de manera especial para que su comentario sobre ella pueda resultar de interés a ustedes. Preguntándome cómo lo hago para que salga lo más aséptico posible después de haber atravesado el tamiz de mis vísceras y vivencias, mi personal perspectiva de las cosas, mi estado de ánimo, los límites de mi inteligencia… Porque los “animales de pluma” -tanto los que nos dedicamos a coquetear con la literatura, como los que viven de ella- somos radares ambulantes, ladrones de emociones, esponjas de sentimientos, falsificadores de vida, alquimistas de indiferencia, monstruos de cien ojos (sobre todo por si nos da por meternos en el carril contrario y tenemos que esquivar a los pobres que vienen por su sitio), embaucadores de existencia, salteadores de locura, ilusionistas de supervivencia, manipuladores de cordura, navegantes de pasiones, provocadores de la imprudencia, insurrectos del sosiego, seductores de pasiones, hechiceros de esperanzas y arquitectos, artistas y artesanos de la palabra.
Por mucho que digan las estadísticas que no se lee, nosotros seguimos en nuestro empeño de juntar letras para ofrendarlas a quienes estén dispuestos a pasar sus ojos por ellas. Por mucho que cada día se editen más libros o se compren más libros que terminarán como material decorativo en cualquier estantería… seguimos aspirando a formar parte de esos libros, aun abandonados, aun cubiertos de polvo… seguimos siendo unos optimistas escarmentados.
Y digo yo que por qué no se le ocurrirá a alguien infiltrarse, con una carga literaria adosada en el corazón, en uno de los muchos concursos de “mierda ante el ventilador” y, además de boicotear semejante engendro, hacer estallar ante tanta ignorancia, tanto embrutecimiento libremente elegido, tanta vaciedad, zafiedad y estulticia públicamente demostrada, un poco de poesía, de sabiduría, de conocimiento, de léxico variado y con sentido… un mínimo de la cultura de la que tan necesitada esta la pantalla del televisor. Se me cayeron los palos del sombraje cuando escuché hace unos días a una Miss, a la que le preguntaron que a qué pareja elegiría para irse con ella a una isla desierta a perpetuar la raza humana ante una segura hecatombe final. Y la paya soltó, sin despeinarse, que a una pareja de monos puesto que, como el hombre venía del mono, volverían a repoblar la tierra– ¡Maaaanda narices! Claro que, por otra parte, pienso que, a lo peor, todo eso está montado así porque es finalmente lo que demanda el público, aquello con lo que se identifica. Y que intentar otra cosa sería un fracaso, vamos, como echarle perlas a los cerdos.
En fin, quizá sea yo quien esté equivocada. Tal vez he sufrido un ataque literario transitorio, igual ha sido ocasionado por el polen de las distintas ferias del Libro o por el florido día de San Jorge, tan en vísperas; o porque como Psique, he apagado la luz de la razón de mi alma para recibir la amorosa y nocturna visita del Eros de la creación. De cualquier manera, tan sólo tengo que esperar ese Día del Libro en donde se recuerda la importancia de la lectura y se conmemora la muerte de varios de los más grandes escritores de la historia, y, si no recibo la ansiada visita nocturna, seguro que todo se arregla encendiendo la luz.
De todas formas… sigo echando de menos Kamikazes de la palabra. Cuánta falta hacen…