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Ana María Tomás

Escribir es vivir

El mapa del odio

El periodista acercó la cámara hasta el rostro de la indigente. Y toda la pantalla de la televisión se llenó con la carnicería en la que, unos jóvenes canallas y desocupados, habían convertido su rostro. Instintivamente cerré los ojos para evadirme del horror que estaba viendo pero, rápidamente, los volví a la noticia, tenía que hacerme eco de aquello.  La pobre mujer, con un rostro ensangrentado y con más cortes y marcas que un mapa, relató cómo ya dormía al calor de unos cartones, guarecida como podía  en un portal en plena calle, cuando sintió una fuerte patada a la que siguió una lluvia de golpes con manos,  pies y palos hasta convertirla en un monstruo deforme y cubierto de sangre.

No se puede entender. No hay razones o argumentos de ningún tipo que hagan que unos chicos que lo tienen todo, que vienen de divertirse de una discoteca terminen la noche de parranda apaleando a personas que sólo cuentan con que se tenga con ellas, si no justicia, sí al menos un poco de misericordia.

Un 47% de las personas que viven sin hogar han sufrido algún tipo de asalto, violencia o incidente, delitos de racismo o de odio, en el que han tenido que ser atendidas sanitariamente, amén de los innumerables insultos que soportan casi de continuo, sin embargo son muy pocas las que presentan denuncias ante la policía. La indigente que mostraba a cámara su rostro lleno de heridas hablaba con una resignación pasmosa: “Vivimos en la calle y sabemos que estamos expuestos al odio de la gente”. Pero yo me pregunto ¿odio?, ¿por qué?

Es verdad que no siempre hay plazas en los albergues destinados para los sin techos. Pero también es verdad que muchos de ellos prefieren, sabe Dios por qué, la calle a una cama protegida por unas paredes que tanto saben de abandonos y de soledades. No obstante ¿puede ser eso razón suficiente para que el odio más cerril o el desocupo de unos alexitímicos los muelan a palos o los dejen tetrapléjicos como ya ha ocurrido? ¿Y qué razones podrían argumentar los indigentes para arriesgar sus vidas de esa manera?

¿Será esa elección por la libertad? Viktor E. Frankl dijo una frase de esas que suelen ponerse en los libros de citas por su genialidad y que es una de mis favoritas porque creo que resume la filosofía sobre la que construyo mi vida: “Al hombre se le puede quitar todo excepto una cosa, la última de sus libertades: elegir su actitud frente a cualquier circunstancia, elegir su camino ¡Elegir! aunque esa elección sea absurda, incomprensible, estúpida o hasta suicida.

¿Será por el espacio? Sí, el espacio, no el sideral sino ese otro que todos necesitamos: el vital. Ese espacio que los animales marcan con sus orines para impedir que otro viole su territorialidad; ese espacio que de niños solemos defender de manera espontánea y natural y que la edad, la cortesía o los habitáculos cada vez más pequeños nos hacen que renunciemos a su defensa anestesiándonos la capacidad de enfrentarnos a los intrusos que nos lo invadan.

¿Será por los sueños? Recuerdo que siendo niña al salir de una iglesia le pedí a mi padre una moneda para un “pobre” que pedía a la puerta. “¿Por qué le llamas pobre?”, me preguntó mi padre. Yo le miré desconcertada ante la incomprensión de la evidencia. “No es pobre el hombre que no tiene un céntimo, sino aquel que no posee un sueño”, añadió. Hasta que leí muchos años después esa misma frase en un libro, pensé que era de mi padre, porque para él los sueños son el motor de la vida. Quién sabe si los indigentes apaleados, humillados, desprovistos de lo más elemental, no son  inmensamente ricos en sueños. Quién puede saber si son ellos los que sienten  lástima de los pobres ricos embutidos en recios abrigos que alargan sus manos hasta ellos para depositar las monedas con las que pagar el silencio de las conciencias. Tal vez refugiados en la vulnerabilidad de sus cartones, observados por esas otras luces que siguen brillando una vez que se apagan las de mentira, sueñan con algo perdido mucho tiempo atrás o, tal vez, se sueñan protagonistas del sueño de la mujer que una vez amaron…

Sin embargo, y aunque ellos sueñen mapas que ni Ulises hubiera sabido interpretar… hay territorios hostiles y mapas de odio que no precisan lugares determinados porque, desgraciadamente, se llevan incorporados en el corazón. Y para eso, la resignación  no resulta ser un buen cartógrafo.

 

 

 

 

 

 

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