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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Cosas del alma… y del cuerpo

Me entero hace unas semanas que la osita panda Yuan Yuan, regalada a China por Taiwán con el fin de mejorar las relaciones entre ambos, ha fingido durante muchos días todos los síntomas de un embarazo con el “supuesto” fin, según los veterinarios, de conseguir mejor alojamiento, comida más abundante y doble ración de mimos en el zoo de Taipei, donde vive desde el 2008. La osita en cuestión ya fue madre de un cachorro en 2013 así que estaba familiarizada con los síntomas y lo que estos producían en el personal que la cuidaba. Y yo pienso: “Manda huevos con la panda”, para añadir a continuación: “con la panda, con el pando, con el género humano, con las florecillas silvestres y las de maceta de casa” porque, al final, todos queremos ser amados, comprendidos, mimados, cuidados en todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Hasta la más adusta de las planticas del monte necesita de la caricia del sol y de la lluvia para vivir. Y no digamos los animales, los salvajes y los domésticos. Es verdad que resulta, como poco, sorprendente que un animal, y no es el primer caso que ha sido pillado con un embarazo inexistente, sea capaz de simular gran parte de los síntomas de gestación con tal de obtener beneficios pero, por muy sorprendente que resulte, lo cierto es que ha ocurrido. Lo que los veterinarios ya no son  capaces de dilucidar es si su organismo lo hizo de forma voluntaria o involuntariamente.

Con los seres humanos ocurre algo así pero peor, se supone que “Nadie quiere estar enfermo”, que “quien está enfermo no es por gusto”, que “qué bien habla el sano con el enfermo” y muchas otras frases hechas y repetidas hasta la saciedad o hasta convencernos son algo habitual en nuestras conversaciones, pero la triste realidad es que algún pilotito en nuestro interior se enciende para avisarnos de que si enfermamos… los ojos que andan entretenidos en otras cosas y nos miran menos volverán otra vez la vista a nosotros; y las manos, que hace tiempo se olvidaron de acariciarnos, regresarán a nuestra piel; y la atención se fijará de nuevo en nuestra persona. Y no, no es que lo hagamos porque sí, porque queramos, es el propio cuerpo el que se desequilibra con tal de equilibrar el alma. Y no lo digo yo, lo dice la experiencia de médicos que son capaces de ver, más allá del cuerpo enfermo, a la persona, y psicólogos que han arrojado la toalla incapaces de ayudar a quien no quiere ser ayudado. Por supuesto, estoy hablando de enfermedades “fingidas”, que ni el propio enfermo es capaz de imaginar lo que sucede en él, y que no se quedan en los síntomas de un embarazo fantasma, que también los hay, sino en llegar  incluso hasta casos extremos de ceguera o de parálisis.   Luego están los casos de enfermedad real del cuerpo producida por un dolor del alma.  Y creo que a estas alturas de la película no haya muchos que se atrevan a mantener lo contrario. Lo cual no quiere decir que todos los que estén enfermos tengan un problema serio en su vida o que los que tienen una hecatombe de narices vayan a desarrollar un cáncer por huevos. Pero sí que el dolor del alma está intrínsecamente relacionado con el del cuerpo. Y, también, que ya ¡por fin!, aunque no en la mayoría de los casos, los facultativos comienzan a contemplar al enfermo holísticamente, es decir, como un todo. Y no como un hígado enfermo, o un corazón acelerado o unos huesos descalcificados… El “Me vas a quitar la vida a disgustos” es absolutamente cierto: ante un arrebato de ira o de angustia los niveles de cortisol (“hormona de naturaleza corticoide que segregan las glándulas suprarrenales de muchos mamíferos”) se dispara, amén de otra tormenta de hormonas; y pocas dudas quedan ya sobre la incidencia del estrés a la hora de causar o de agravar enfermedades tales como el cáncer, la depresión, la diabetes, etc.

Si el organismo de un animal irracional ha sido capaz de simular un embarazo para recibir una dosis extra de cuidados… qué no seremos capaces de organizar nosotros con nuestras cabecicas dando vueltas todo el día sobre algún tema determinado y nuestro sistema biológico almacenando memorias dolorosas.

Deberíamos de ponernos la foto de la osa panda en el espejo del baño para que cada día al levantarnos nos recordara que está bien recibir atención de los demás, pero no hasta el punto de tener que generar una alteración en nosotros mismos para lograrlo.

 

 

 

 

 

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