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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Tengo lo que quiero

Hace unos días, volví a escuchar una de las canciones que cantaba, en la prehistoria de mi vida, un grupo llamado “Rumba Tres”.  En ella se daba a sí mismo el ¡olé! a tener aventuras amorosas o sueños de gran fantasía, para añadir “Y sé que en el mundo no hay un ser tan feliz como yo, que tengo lo que quiero: amor dinero y libertad”. Yo me recuerdo feliz cantando aquella letra sin pararme a pensar si realmente tenía aquello que cantaba, si esas cosas serían las que me harían feliz a mí, o si  lo que yo quería era precisamente eso o cualesquiera otras cosas. Y creo que hoy, como seguramente, muchos de ustedes, sigo sin plantearme qué es lo quiero, qué me hace feliz o qué me falta para serlo.

Un chiste cuenta que la profe le pregunta a sus alumnos: “¿Sabéis si vuestros papás tienen todo lo que quieren?” Uno de los niños responde: “Yo creo que sí porque tiene una casa grande, un coche, un barco…aunque, claro, no tienen avión y el siempre ha querido tener uno.” En medio de esas reflexiones, Jaimito levanta la mano y asegura que él sí puede decir que su padre lo tiene todo. Ante la petición de la maestra para que le argumente la cosa, este contesta: “Pues porque ayer mi hermana le presentó a su novio, un tipo raro lleno de tornillos, tachuelas y pelo sucio que lo primero que dijo fue que no le gustaba trabajar y que no pensaba hacerlo nunca.  Y entonces mi papá respondió: Pues lo que me faltaba. Así que ya lo tiene todo”.

Yo creo que eso de ser feliz es tan mudable como nuestra jerarquía de valores y, según acontecimientos y circunstancias, puede variar enormemente. Si tenemos salud, es probable que nos haga inmensamente felices tener la oportunidad de disponer de una gran cantidad de dinero; pero puede que tengamos ambas cosas y no tengamos a alguien amado para compartirlas, o la libertad necesaria para hacerlo.

De todas formas, hoy no quiero centrarme tanto en las cosas que nos harían felices o no, puesto que cada cual tendrá sus propias ideas al respecto, sino en el conocimiento sobre nosotros mismos para llegar hasta esas decisiones que nos proporcionan felicidad, y sobre qué le pedimos a la vida para sentirnos vivos. Se dice que “Vivimos tan deprisa que olvidamos las razones por las que vivimos”.  Y es verdad, la vorágine nos empuja, nos persigue, nos absorbe, nos anula como individuos; adormece nuestros sueños, encallece nuestras heridas, nos endurece el alma… y nos escupe a la ordinariez del día a día como autómatas incapaces de darnos cuenta de si somos o no felices, o de si podríamos serlo haciendo lo que hacemos, quizá precisando para ello tan sólo que alguien nos lo ponga en valor viendo lo que nosotros no somos capaces de ver.

Hace unos días, en una reunión de amigas, cuando una de ellas planteó que necesitaba nuestra ayuda porque su psicóloga le había pedido que escribiera qué era lo que ella quería en la vida… pues, la verdad, me descolocó bastante. Ya sabemos que somos o existimos en función de los otros que nos rodean, y que la falsa modestia inyectada en vena nos hace solicitar que sean los demás quienes hablen de nuestra valía en lugar de reconocernos los propios méritos, pero… de ahí a que tengan que ser otros quienes nos orienten sobré nuestros propios deseos, creo que va un mundo. Tener amigas es una de las mayores bendiciones que pueden llovernos desde el cielo, pero, ni la mejor o más cercana a nosotros tiene derecho a pensar “Tú lo que tienes que hacer es…”, y, por supuesto, mucho menos a verbalizar frase alguna referida a eso.

En el frontón del templo de Apolo en Delfos reza la siguiente inscripción: Nosce te ipsum, o sea: “Conócete a ti mismo”. El aforismo ha sido atribuido a diferentes sabios griegos como Sócrates, Heráclito, Pitágoras… y también a una mujer, una mítica poetisa griega llamada Femonoe. Yo me inclino a pensar que es de ella la frase: las mujeres somos mucho más indagadoras de nuestros interiores que los hombres. Aunque lo importante de la cuestión, en este momento, es que ya por entonces se preocupaban de las profundidades internas propias como una de la mejores vías para conocer y comprender las de los demás. Algo que, pese a su importancia, hemos olvidado con la civilización actual.

Confieso que cuando mi amiga lanzó el S.O.S. con la pregunta, antes de meditar lo que ella podría querer para sí desde mi conocimiento sobre ella, lo primero que me vino a la cabeza fue la cancioncilla de marras y le dije: “Tú no sé, pero yo tengo lo que quiero…”

 

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