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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Lealtades

Me desayuné hace unos días con la “desconcertante” noticia de que la madre del primer ministro británico, David Cameron, ha firmado un manifiesto contra las políticas de austeridad de su propio hijo. “Con amigos así, no se necesitan enemigos” que diría, más o menos, nuestro sabio refranero. No es el primer caso familiar en donde la ideología política de sus miembros camina por derroteros enfrentados -sin ir más lejos el hermano de nuestro exministro Wert se manifestó en contra de los recortes de su hermano y encabezó la lista de Podemos al Congreso por Ciudad Real-, pero sí llama la atención que sea una madre quien muestre de tal manera pública una deslealtad de tal calibre hacia su hijo. Paulo Coelho dice que “No hay nada peor que aquellos que confunde la lealtad con la aceptación de todos los errores”. Y yo estoy de acuerdo en ello. Pero, por otro lado me pregunto: ¿qué hay de la lealtad? ¿Hasta dónde tenemos o debemos ser leales? Y, sobre todo… ante una disyuntiva como la de la madre de Cameron ¿cómo saber en qué dirección encaminarla? ¿hacia dónde se dirige nuestra ideología o principios? O ¿hacia el amor a los nuestros?

Cuando alguna vez me he enterado de que han logrado pillar a algún desalmado porque la propia madre lo ha traicionado -sí, aunque suene fuerte la palabra, la realidad tiene ese nombre- siempre me he planteado qué haría yo en circunstancias semejantes. Qué lealtad antepondría traicionando o a mis principios o a mi sangre, porque, claro, la traición o la lealtad dependen del punto desde dónde se focalice. Yo, que siempre me he preciado de ser persona absolutamente leal, hasta el punto de dejar un trabajo magnífico y cómodo por considerar que al repartir las responsabilidades, que yo asumí en un principio, no merecía ganar el sueldo que la firma pagaba por mí, y que lo hice convencida por la lealtad tanto a la empresa como al empresario al que consideraba un amigo a quien no podía traicionar, cuando reflexiono sobre el comportamiento de la madre de Cameron… me asaltan un sinfín de preguntas sobre qué hacer, por ejemplo, cuando la lealtad a nuestros principios se enfrenta directamente con la lealtad hacia los que amamos.

Está claro que en los puestos de mando, sea en el ámbito que sea, contar con la lealtad de quienes rodean al mandatario es pieza clave para que la cosa funcione. Lo que ocurre es que la lealtad es virtud que depende y mucho del “nivel de entrega” de la persona en cuestión. Uno no “nace”, se “hace” leal a base de la construcción de valores y de coherencia en el día a día.  Y se prueba ante las dificultades, las ambiciones o los egoísmos, tanto propios como ajenos. Lo estamos viendo todos los días en las noticias: personas que han sido las manos y los pies de otras muy importantes y que, cuando las cosas han cambiado para mal, no han tenido la menor dificultad en aprovechar la información obtenida gracias a la supuesta lealtad para cantar en contra de ellas hasta ópera. Ya lo dijo Juan Pablo II: “Toda lealtad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración (…) Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo a la hora de la tribulación”.

Y no digamos ya cuando la lealtad hacia un partido político o una ideología se estrella de frente con la ambición personal y desmedida… entonces, como diría Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros”. Es decir, no se les cae la cara de vergüenza al salir a la palestra -aunque a quienes los escuchamos se nos caigan encima todos los palos del sombraje- y decir que harán justo todo lo contrario de lo que juraron y perjuraron que jamás harían.

Entiendo que la lealtad no es algo que pueda inocularse o producirse en una cadena de montaje, sino florecer -por cursi que parezca la expresión- en el centro mismo del eje que conforme nuestra vida. Y que hasta para dejar de ser honesto a quienes lo fuimos hay, o debe haber, caminos alternativos a la traición. Se me ocurren muchas cosas que la madre de Cameron podría haber hecho -ella mas que nadie- si no estaba de acuerdo con ciertas medidas políticas de su hijo antes de haber dado alas, reforzándolos con su propia firma, a quienes critican abiertamente esa política.

Y es que… “La sangre te hace pariente, pero la Lealtad te hace familia”.
 

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