Aun siendo consciente de la necesidad vital de perpetrar el ejercicio de la política, cuantas veces han requerido mi presencia para tal efecto siempre se han encontrado con mi rotunda negación. Mi sentido de servicio a los demás camina por otros derroteros. Por tanto, cuando los elegidos en mi lugar la han fastidiado, he considerado que no tenía fuerza moral para quejarme.
Otra cosa es, no ya quejarse, sino lanzar una mirada escrutadora al panorama nacional en estos momentos tan convulsos y sostenidos en el tiempo que pareciera que la capacidad del ser humano para la sorpresa se ha anestesiado completamente. Les confieso que no soy capaz de digerir mentalmente ciertas cosas que ocurren a mi alrededor. No logro entender que ya no sirva para nada el voto del ciudadano (entiéndase como habitante, porque dicha palabra, al igual que la primera persona del plural del presente de indicativo del verbo “poder”, han quedado prostituidas de su significado original); y menos que se siga llamando a este sistema demócrata. Pero… ¿acaso la democracia no era aceptar lo que quería la mayoría? ¿Cómo podemos explicarles a nuestros hijos que un partido político incapaz de convencer a un electorado para que lo vote puede llegar, no ya a ser un partido bisagra, sino el que termine gobernando la ciudad apoyado en otros tan incapaces de lograr votos como él? Como un monstruoso Frankenstein forjado de diminutos cadáveres… ¿De qué sirve que votemos si nuestros representantes son capaces de vender su alma al diablo por cuatro años de legislatura?… Igual es porque siguen pensando que será suficiente tiempo como para hacerse con algún chalet, meter mano a los cajones de caudales, colocar a la familia, situarse en alguna puerta giratoria o montar la de Dios es Cristo en un aeropuerto porque no le dan los privilegios de “Autoridades”, como la señora Victoria Rosell, que aun siendo Diputada de “Podemos” -esos señores que hablaban de los políticos como “la casta”- no sólo no le hace ascos a las posibles prerrogativas, sino que las exigen. Por no hablar de los “supuestos” dineros recibidos del país “líder en respetar a los opositores”. Manda huevos…
No es quejarme contemplar con absoluta incredulidad, hace unos días, a Pedro Sánchez (personalmente creo que es la deshonra de todos los honrados socialistas), sin caérsele la cara de vergüenza, decir que él estaba abierto a negociar con todas las fuerzas políticas -está grabado-, ¿con todas? ¿Acaso no se ha cansado de decir que con el Partido Popular no, no y no? (que, por cierto, aunque sea una nimiedad, es quien más votos ha sacado). Escuchaba también, con estupor, decir a un dirigente socialista, refiriéndose al incomprensible resultado de la elección de la alcaldesa de Molina, que finalmente el pueblo y la democracia se habían impuesto ¡¿Mande?! Antes de continuar, quiero dejar claro que me encanta que haya una mujer al frente del Ayuntamiento, que confío en que la señora Clavero va a intentar hacerlo lo mejor que sepa, que se le supone -como el valor en la mili- el amor a una tierra que, aunque no la nació, sí la pació. Además, alguien que ama a los animales ya da la talla de su alma. Pero ¿alcaldesa por democracia? ¿O por traición de otros a unos principios de su propio partido?
No es quejarme observar la inoperancia del señor Rajoy para quitar de en medio a corruptos. O su indolencia para intentar formar gobierno apurando todas las posibilidades, puesto que más de 7 millones de personas han depositado su confianza en él y eso es más que suficiente para que se hubiera arriesgado a dar el paso aunque no lograra su objetivo. Al menos, sus votantes y el resto de españoles no le reprocharían el circo mediático al que nos hemos visto sometidos por parte del resto de líderes.
En 1966, el actor Mario Moreno, más conocido como “Cantinflas”, en una entrañable película titulada “Su Excelencia” realizaba un memorable discurso sobre los políticos. Tanto los Verdes como los Colorados -haciendo alusión a EEUU y a URSS- necesitan su voto para poder dominar el mundo: él es el embajador plenipotenciario de una supuesta República decisiva. Ese discurso, de hace 50 años, de un burócrata de una república bananera, está plenamente de actualidad porque encierra la esencia de lo que deberían tener presente quienes nos dirigen o aspiran a hacerlo. En él se impele a los políticos a que dejen de “tratar al pueblo como simples peones en el tablero del ajedrez de la política. A luchar por el bien común por encima de personalísimos intereses; a no sucumbir al materialismo… Una propuesta genial. El problema, por si no nos hemos enterado todavía, es que el hombre propone y “algunos” de ellos, metidos a politilailos, descomponen.