Mi amiga se sentó frente a mí y sumergió sus ojos en los míos ansiando decirme algo… pretendiendo que su mirada se adelantara a sus palabras. Y vaya si lo hizo: antes de que su boca emitiera sonido alguno, sus lágrimas ya eran embajadoras del mensaje posterior.
«Amo a mi familia más que a mi propia vida. Por ellos he renunciado gustosa a cuantos proyectos, sueños e ilusiones requerían mi atención por encima de la que regalaba a los míos; así pues, durante toda mi vida, me he impuesto un techo de cristal en mi profesión y todo ha ido saltando –a su pesar– a un segundo plano, incluso mis propias necesidades o algún peregrino y modesto capricho ha quedado relegado a los ajenos. Que nadie me diga que no lo he hecho gozosa o aspirando a un reconocimiento o una gratitud que, no por merecida, me habría resultado indiferente de haberse producido.
»Y no, no es que padezca de ningún síndrome de nido lleno o vacío; o la saturación de unas responsabilidades que por pura ley natural debería hacer mucho tiempo que la vida tendría que haberme relevado de ellas…; o que la cotidiana y asesina convivencia han terminado por cercenar aquellas miradas amorosas con mi marido que muestran las fotos de hace más de treinta años… Que no, que no se trata de nada de eso. Es algo distinto… es… uno de esos días tontos durante los cuales una mala contestación de uno de tus hijos, seguida de otro comentario fuera de lugar, de otro, o un estufido de tu pareja –al que últimamente parecen nacerle como setas, en lugar de engendrar caricias o cumplidos que te hagan sentir valiosa o reconocida–… Sí, un día tonto en el que de pronto te miras de reojo en el espejo mientras limpias el cuarto de baño y compruebas con desesperación que la alegría de tus ojos se exilió hace tanto que ya no queda ni rastro de ella para seguirle la pista; que olvidaste cuándo fue la última vez que te compraste algo coqueto, te regalaste tiempo… o, peor aún: tu amado te dedicó un cumplido entrañable, o un piropo sin gracia pero que te arrancara una sonrisa. Un simple cumplido, de esos sin importancia que tu marido le dedica de manera natural y espontánea a tus amigas, esas que te dicen que qué suerte tienes de tener a tu lado a un hombre tan “encantador”… Un día tonto en el que tu consciencia descubre –con dolor– que no llegarás a tiempo para terminar tantas obligaciones, tantos compromisos, tantos trabajos de dentro y de fuera de casa, y que –aun cuando no haces las cosas para recibir agradecimientos– a nadie le amarga el dulce de unas dosis de gratitud… Días tontos que llueven sobre mojado, y que de repente te tiran del caballo, como a Saulo, y te enfrentan a tu realidad de sentirte amorosa… muy amorosamente explotada, infravalorada, utilizada, engañada, estafada, manipulada, postergada por unos y otros, de formas y maneras diferentes, todas muy amorosas, pero que te expatrian de sus dominios cuando no les eres útil.
»Y entonces –cual Saulo redivivo–, te quedas ciegas al tiempo que prende la luz en tu interior y te haces consciente de que ese no es tu camino, no al menos por el cual has de seguir a partir de ese momento, que no puedes esperar que nadie te quiera, te respete, te valore, te brinde unos minutos de su tiempo cuando tú misma eres incapaz de hacerlo. Que no son tus hijos quienes tienen salidas de tono contigo, o tu marido quien te es infiel, o tus amigos los que pasan de ti… que todos ellos no son sino un espejo para que puedas mirar hasta qué inútiles extremos has arrojado tu vida, tus talentos, tu poder… en voluntades ajenas… Cada uno de ellos encabrita el caballo que te lanza hasta estrellarte con tu realidad».
Hiso una leve pausa y osé preguntarle: «Entonces… ¿qué piensas hacer ahora?». Volvió a mirarme con interminable tristeza y me respondió más como resignación que como pregunta «¿Qué voy a hacer?… Tú me entiendes, ¿verdad?».
Claro que la entendía. ¿Acaso su camino a Damasco solo conoce –y reconoce– sus huellas…? Como si no estuviese poblado de numerosas «Saulas»… Nada se soluciona con despeñarse del caballo, sobre todo, cuando te reconoces como en los versos de Calderón de la Barca: “Yo sueño que estoy aquí/ destas prisiones cargado”… Es más, ahí reside el mayor problema: tener un día tonto, desplomarse del caballo… seguir por el Camino a Damasco, pero sin conceder oportunidad alguna a ningún Ananías –de los c…– dispuesto a devolvernos la vista.
Cómo no entenderla. A Noé vas a hablarle de chubascos e, incluso, de gota fría…