Siempre se ha dicho que las carretas vacías hacen más ruido que las llenas, o que “es más el ruido que las nueces” para dar a entender que aquellas personas más huecas y menos válidas suelen ser las más… llamémoslas cansinas (aunque todos tengamos ahora mismo en mente otra palabra que las define mucho mejor) a la hora de importunar a los mortales que tengan la desdicha de andar a su alcance y que por hache o por be se les hayan atragantado. No suele haber mucho problema cuando tropiezan con algún que otro capullo a su medida, a fin de cuentas hablan el mismo idioma y pueden montar un “pitostio” de la leche sin inmutarse un ápice ninguno de los dos porque el sentido de la vergüenza, del pundonor, del ridículo, del escándalo o de cualesquiera otros sentimientos de dignidad que pudiese verse afectado con la manifestación pública de sus formas para ellos les es tan ajeno como la fórmula de la Coca Cola. Por tanto, los gritos, los insultos fáciles o el mostrarse abiertamente como los imbéciles que son se las traen al pairo, a fin de cuentas “el hecho de que las medusas hayan sobrevivido más de seiscientos años sin cerebro no deja de ser una gran noticia para los gilipollas” o sea, para ellos. El problema surge cuando, en algún cruce de cables de esas cabecicas, les da por enfocar sus iras, sus frustraciones, su toxicidad sobre alguna persona a la que sí le importe el espectáculo zafio y público que puedan montar semejantes individuos, sobre todo, si dicha persona no es merecedora de la recopilación de calificativos que se emplee con ella. Y, claro, viene el problema porque, por regla general, lo que suele hacer esta última es, en un intento desesperado, evitar dar carnaza y largarse con viento fresco lejos de los improperios del tipejo o tipeja, cosa que, al contrario de lo que se pretende, suele enfadar muchísimo más a la “medusa” en cuestión que necesita, como todos sabemos, alimentarse de porquería, y el que se la dejen sin su ración de recíprocos insultos la cabrea más que a un mono al que le hayan quitado su juguete. ¿Qué hace entonces? ¿Quedarse quieto? Pues no. Sigue y persigue, como el personaje del “cansino histórico” de Mota, a su presa intentando hacerle reaccionar a base de tocarle los tegumentos. Pero esta no es que no reaccione, no, es que elije reaccionar pasando totalmente de semejante embeleco.
Decirle a estas criaturas, moscas cojoneras, que nuestros derechos, o sea, los suyos, terminan allí donde comienzan los de los otros suena tan a chino como un “rollito de primavera”. Y desde luego, intentar hablarles en otro idioma que no sea el suyo… es misión imposible. Recuerdo la secuencia de una película que me hacía mucha gracia: un tontucio malo (que son los peores) intentaba pegarle al bueno desplegando, antes de empezar a golpear, una serie de… baile san Vito más que de movimientos de karateca acompañado de gritos, pero, antes de que pudiera dar el primer leñazo, y en uno de esos giros, el protagonista, sin tantas alharacas y tonterías le descerrajó un buen puñado de perdigones en el culo. Y es que, por desgracia, no entienden otro idioma que el que ellos mismos utilizan.
Por lo visto se perdieron Barrio Sésamo el día en el que explicaban la importancia de ponerse en el lugar del otro. Por supuesto, también hay que contar con que sean capaces de hacerlo, que esa es otra.
En la última reunión que tuvimos un grupo de amigos, uno de ellos se quejaba de que su mejor amiga era una alexitímica, no lo busquen en el diccionario, se lo explico: la alexitimia, para quien no lo sepa, es un trastorno mental que designa la incapacidad de expresar las emociones. “Bueno -dijo otro- eso a fin de cuentas es un trastorno mental, pero yo tengo de vecina a una paya arrabalera que monta un pollo cada dos por tres, y eso no es un trastorno mental, sino de educación que no tiene otra medicación que mandarla a freír espárragos”.
La verdad es que en esto de las emociones es complicado moverse porque casi todos los mapas tienen vericuetos por los que nos sentimos más o menos cómodos, pero, al margen de ello, caer en desgracia de situarse entre ceja y ceja de un “montapollos”… tiene más peligro que Dumbo haciendo puenting.