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Ana María Tomás

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Escribe tu mensaje

 

Recibo un correo de Amnistía Internacional pidiéndome “algo especial”: que les haga llegar un mensaje de apoyo a un grupo de mujeres yazidíes que viven en un campo de refugiados en Grecia y que han formado un “círculo de protección” para darse apoyo las unas a las otras. Los yazidíes son una minoría religiosa kurda que se remonta a 2000 a.C., fruto de un proceso sincretista de miles de años y que es considerada infiel por los fanáticos del Estado Islámico. Los creyentes de esta religión han sido perseguidos durante diferentes épocas, pero desde la caída de Saddan Hussein los ataques han sido reiterados y con la llegada de los yihadistas del Estado Islámico el genocidio al pueblo yazidíe no tiene precedentes: saquean sus aldeas; matan a todos los hombres y las mujeres de más de cuarenta años; se llevan a los niños para adoctrinarlos o para utilizarlos como instrumentos de combate y a todas las niñas y jóvenes como botín de guerra para “violarlas, venderlas y pasarlas de mano en mano a hombres que las violan en grupo”. Ese es el desgarrador testimonio de Nadia Murad, una mujer que ha sufrido en sus carnes situaciones inimaginables y que vio como muchas niñas se suicidaban porque no podían soportarlas. Después de un intento fallido de fuga y castigada con una violación en grupo no volvió a intentarlo hasta tres meses después en que lo logró con la ayuda de una familia musulmana que la llevó a la frontera y le proporcionó documentación falsa. Ahora vive en Londres convertida en una activista que viaja por el mundo intentando concienciar sobre el drama vigente pero ya acallado y casi olvidado de las mujeres yazidíes secuestradas y víctimas del fanatismo de EI. La Unión Europea la ha reconocido con el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia por ser “portavoz de las mujeres víctimas de la campaña de violencia sexual”.

“Ana María escribe tu mensaje porque tus palabras pueden ser el calor y el apoyo que necesiten”.  Es posible que sea así con las mujeres que ya han logrado salir de semejante tortura y aunque lo hayan perdido todo, hasta el último ápice de dignidad, sean capaces de reconstruirse con la ayuda y el amor de tantas otras buenas personas que trabajan para ellas y les entregan su tiempo, sus capacidades, sus sabidurías y cuanto precisan para subsistir, pero ¿qué ocurre con todas las que siguen siendo arrebatadas de sus hogares, convertidas en huérfanas, sometidas, torturadas, vendidas, compradas, convertidas en esclavas sexuales…? ¿Quién puede llevar hasta ellas una palabra de aliento? ¿Una sola palabra de consuelo y de esperanza?

“Tus palabras pueden curar las heridas más dolorosas” me dicen en el correo electrónico recibido.  Ojalá fuera así. Ojalá mis palabras tuvieran el poder de llevaros el ensalmo justo, el bálsamo preciso, la fuerza necesaria para transformar vuestra realidad, todo vuestro dolor, en un entorno y unas circunstancias simplemente justas; de ubicaros  de nuevo en vuestras aldeas, junto a vuestros padres, hermanos, maridos, hijos… Ojalá el trozo de cielo azul, lleno de paz, que veo desde mi ventana fuera el mismo que mirarais desde el confort de vuestros hogares: lujosos o humildes pero en armonía y libre de guerra, de violaciones, de torturas… Ojala fuera verdad que mis palabras sean capaces de curar las heridas más dolorosas porque entonces no dejaría de hablar… de hablaros, de deciros que gracias a vosotras y a mujeres como vosotras, capaces de levantarse tras la más abrumadora de las caídas, estamos aquí. Porque siempre es la Mujer quien arrulla en su regazo la bondad de una tierra ansiosa de semilla; quien enciende los sueños en la aurora -aunque soñar siempre complica las cosas-,  quien pone nombre a las estrellas y cura con sus ojos las heridas… La mujer, siempre ella quien se yergue después de la violencia o la venganza del hombre contra el hombre… -Me sigue torturando la mente la imagen de unos refugiados sirios en donde se ve a un grupo de hombres y una mujer. Esta lleva un niño en brazos, otro a sus espaldas y varios bultos y bolsas, mientras que los hombres caminan junto a ella absolutamente descargados sin conmoverse mínimamente por su esfuerzo-.  Pero la Mujer, pese a todo, vuelve de nuevo a engendrar, confiada, la vida. Una vez más, como siempre… apostando, con su sangre, por el Hombre. Sí. Ojalá mis palabras les curasen todas las heridas. Porque entonces… no dejaría de hablarles.

 

 

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