Me envían por “guasap” el anuncio de la lotería de Navidad de este año. Imagino que ya lo habrán visto muchos de ustedes. Si los publicistas querían que lo viésemos con los ojos limpios lo han conseguido porque la historia me arrancó lágrimas a moco tendido. Según parece a más a de uno, al menos ese ha sido el comentario general que he escuchado, aunque…, también es verdad que otras voces se han alzado en contra de él porque no entienden, o no les parece bien que se engañe de esa manera tan “miserable” a una anciana. Los hay, incluso, que están convencidos de que la buena mujer todo el tiempo sabe que ni es el día de la lotería, ni, por supuesto, le ha tocado nada y lo que hace es montar el tipitán para animar la cosa con la ilusión del premio y que ese día pase de ser el día de la salud para aquellos que no han sido afortunados (ya saben: “no importa que no nos haya tocado, lo importante es tener salud”) a serlo de una celebración total y absoluta al margen de que haya tocado el “gordo” o el “flaco”.
Yo, por mi parte, he de decir que sí me lo creí, me creí la historia, me creí que todo un pueblo se pueda confabular no ya para mantenerle la ilusión a la anciana, sino para no darle el mazazo de quitársela. Me creí que el mayor premio sea compartirlo, me creí que yo misma podría ser esa venerable anciana feliz de invitar en el bar del caserío a todos sus habitantes, me creí que algunos de sus alumnos engañaran al patrón con la pesca aludiendo “mala mar” y que pescados y mariscos acabaran en la celebración ficticia de su profe y, sobre todo, me creí que la felicidad de esa mujer fuera regalarle el décimo a su hijo. Es que es lo mismo que sueña con hacer mi padre: sólo busca la suerte para mejorar la vida de los suyos, como si él mismo no fuera ya en sí el mejor de todos los premios inimaginables. Y… a mí… a mí me gustaría tener en las manos la posibilidad de darle esa alegría. ¿Qué podría importar que fuera real o no el dinero cuando es tan real la felicidad que le produciría?
Se supone que el anuncio de la lotería navideña hace que se disparen las ventas de los décimos. Ellos sabrán las estrategias. Yo creo que el anuncio va más allá: no es por el sorteo, los hay todo el año, además de otras innumerables formas de tentar a la suerte al tiempo que ayudas a hacer una buena labor, por ejemplo, comprando boletos de la ONCE, sin embargo, el espíritu que brilla en ese sorteo no lo hace en otros, y no no es por los publicistas, aunque estos se esmeren y se superen cada año y este hayan puesto a llorar a media España… tampoco es por la cantidad de dinero: una buena bonoloto te niquela la vida mucho más que un “gordo” navideño. No. No se trata de todo eso, aunque también, se trata de que en el fondo de nuestros corazones, pese a la vorágine que nos lleva, a la competitividad que nos avasalla, a la rivalidad que nos arrastra…, en nuestro interior todos soñamos, anhelamos, desearíamos que esa armonía que vemos en la pantalla, ese todos a una por la sonrisa emocionada de una anciana se mantuvieran durante todos los días del año. Sin embargo, eso parece que sólo puede darse en Navidad y no tanto por la lotería como por el Espíritu que habita en ella. En esos días somos capaces de alegrarnos por los premios de los demás como si fuéramos nosotros los agraciados. Y eso está bien, aunque estaría mucho mejor recordar lo que continuamente nos dicen los gurús: “si lo crees, lo creas”, o sea, lo que está escrito en las Sagradas Escrituras desde hace miles de años: “Sea como tú crees”.
La señora del anuncio -o los publicistas- no saben que desencadenando toda esa ola de alegría solidaria contagiosa no están haciendo otra cosa que convocando a todas las fuerzas de la fe del universo para que les caiga el gordo al día siguiente. Así, a lo tonto, tonto. Ay, Señor… si tuviéramos la fe de un grano de mostaza… íbamos a necesitar montajes ficticios de celebraciones…