Una entrañable canción de Gloria Estefan, titulada “Mi buen amor” me viene al pelo para hablar hoy, casi pisando las vísperas del día que, está claro bajo qué turbios intereses mercantiles, se ha dado en llamar como el “Día de los Enamorados”. Eso sí, de los enamorados jóvenes y de los que se hacen regalos y, a ser posible que no estén descompensados, nada de regalar un simple pañuelo para el cuello cuando acabas de recibir dos entradas para la final de tu equipo favorito. Y, claro, tampoco se admite que esos supuestos problemas de regalos tengan que ver con alguien que haya podido traspasar la frontera de los cincuenta, no digamos ya los talluditos, aunque he de confesar que me impactó y me gustó a partes iguales un anuncio que vi hace unos días en la tele, creo recordar que sobre un lugar para celebrar bodas aquí en Murcia, en donde salían dos ancianos con todas las maravillosas miserias de la edad, es decir, sin retocar ni suavizar nada, sin peluquerías ni vestimentas de domingo, simplemente dos ancianos en su casa que dejan de hacer cada uno lo que estaba haciendo para abrazarse amorosamente y ponerse a bailar al ritmo de la canción de Antonio Machín de “Toda una vida” que acababa de comenzar a sonar en la radio. La escena no puede ser más tierna y, aun sin palabras, no puede decir más. Imagino la cantidad de “Ojalá yo acabe así” que habrá arrancado el anuncio. Finalmente se escucha una voz que dice: “Lo que bien empieza, bien acaba”. Desgraciadamente, todos sabemos que no siempre es así, que cosas que empiezan maravillosamente acaban como el rosario de la aurora o viceversa. Pero a lo que iba, decía que, salvo honrosas excepciones como la citada, hemos olvidado que el “amor es el fruto maduro de la vida, a los dieciocho años ni se le conoce, ni se le imagina” (no recuerdo de quién es la frase, pero estoy de acuerdo con ella). Por eso, quizá, pocos jóvenes podrían leer la noticia que salió hace unos días en este mismo periódico con más palabras de las que están escritas. Sí, lo he dicho bien: leyendo lo que está más allá de las palabras. Todos podíamos leer que, en Madrid, un “hombre mata a su mujer enferma de Alzheimer y se suicida después ahorcándose en su casa”, pero pocos podrían leer el amor que escondía tan trágica noticia. La información se ampliaba especificando una carta que el hombre dejó escrita a hijos y al juez en la que hablaba del amor por su esposa y de su dolor al verla ausente de su cuerpo.
Al margen de juicios morales y de aceptar que la vida nos viene de Dios (al menos para los creyentes) no se puede dejar de reconocer que haya quienes entiendan la vida como algo más que aceptar la suma de limitaciones que se presentan en el terreno físico o psíquico, es decir: existir simplemente. La inmanencia no es la transcendencia; quedarse no es proyectarse; desear no es conseguir.
Pero ¿se puede entender que, en nombre del amor, alguien corte las amarras que nos unen a … la “vida”? El amor ha sido causa de grandes hazañas. Por otra parte Eros y Thánatos están vinculados desde el principio de los tiempos. Y al igual que la perpetuación se sirve del amor, ¿por qué no ha de hacerlo la cesación?
Lo que parece estar claro es que, en esa pareja de ancianos, ambos frisaban los ochenta, había tanto amor como desesperación por todo lo que se tuvo y ya no se tenía, por perder… uno de ellos había perdido hasta los recuerdos.
La canción de Gloria Estefan dice: “Hay amores que se esfuman con los años. Hay amores que su llama sigue viva; los inciertos… que son rosa… y son espinas; y amores de los buenos como tú: mi buen amor…”.
¿Quién puede asegurarnos que ese “buen amor” no era el compartido tantos años por ese anciano matrimonio que ni la muerte pudo separar?
Entenderán que, cuando leo ciertas noticias y luego se habla de regalos descompensados para san Valentín, recurra a algunas canciones como antídoto para sobrellevar… esa “cosa” extraña que me invade.