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Ana María Tomás

Escribir es vivir

A ti te parió una “madtre”

Cuentan que un guiri, enrojecido por el sol español y con menos gracia que madrugar un domingo, admirado del salero andaluz para piropear a las chicas, le dio por fijarse en un gachó que, tras una amplia sonrisa y un medio pase torero, les lanzaba a su paso: “¡Viva la madre que te parió!”.  El turista animado se envalentonó al paso de una morena, pero cuando intentó recordar el piropo lo que salió por su boca fue: “¡A ti te parió una madtre! A lo que ella le respondió: ¡Y a ti una gamba, “soesaborío”!  Y parece ser que Dinamarca quiere evitar que sus ciudadanos parezcan paridos por gambas y nos piden a los españoles que, cuando los veamos tomando mucho sol, les plantemos una sombrilla o corramos a embadurnarlos de crema protectora.

A ver, vayamos por partes -que diría Jack, el destripador- para empezar, a mí se me corta la respiración cuando en los meses de julio y agosto veo encaminarse para las playas a extranjeros y nacionales, blancos como la leche, pasadas las dos de la tarde y quedarse en las arenas, las horas más ardientes, hasta el anochecer. Se me erizan los pelos al contemplar cómo se engrasan y no de protector solar sino de aceites acelerantes del bronceado. Y me quedo sin palabras cuando, cual budas felices o sanlorenzos irresponsables, se carbonizan al sol horas y horas, panzas arribas: enormes, orondas, a punto de reventarles la piel del volumen de cerveza en sus intestinos o panzas abajo espachurrando sus generosas lorzas. Y es verdad que todos hemos sido durante muchos años muy irresponsables con la avaricia de tomar el sol, ¡Dios mío! la de disgustos que pude darle a mi pobre abuela cuando yo, ya morena de por sí, con una semana de playa me ponía como un “conguito”, cuando ella presumía a su edad de tener la piel como la nácar pese a haber tenido que trabajar y vivir en el campo. Pero, según ella, una mujer tenía que cuidarse de mantener la piel blanca y algo de carne sobre sus huesos.

 

No se puede evitar constatar que la moda del moreno, que duró más de lo que hubiera sido aconsejable, hizo estragos con una gran cantidad de cánceres de piel, pero también es verdad que ya llevamos algunos años en donde las modelos siguen enviando mensajes de lo bella que es la piel clara, a lo máximo un par de puntitos por encima del pálido color invernal. Y las casas de belleza hacen el agosto durante todo el año con las cremas con factor de protección, incluido prácticamente en casi todos los maquillajes.

 

Así que, si a estas alturas, nuestros queridos daneses nos piden ayuda a los españoles pensando que, tal y como está el patio, nos podemos arriesgar a recordarles que el sol hace pupa… eso por no hablar de quienes siguen tumbados en las playas con quemaduras que pondrían la piel de gallina a cualquier facultativo de una unidad de quemados… vamos, lo llevan claro. Más que nada porque es posible que los daneses ya vengan aleccionados de que algún buen samaritano español puede acercárseles y recordarles que se pongan a la sombra, pero imaginen ustedes que resulta que “al que parió la gamba” no es danés sino vaya usted saber de dónde y lo último que quiere es que nadie venga a tocarle las narices… y el que recibe la sombrilla, y no abierta, es el avisador. Que yo sé de lo que hablo: el año pasado se me ocurrió sacar de la playa a un crío que no hacia pie y estaba tragando agua a manta y la madre, en lugar de agradecérmelo, me echó la bronca del siglo gritándome que quién era yo para sacar a su nene del agua, que ya se encargaba ella de vigilarlo ¡¿Mande?! Claro que es verdad que no era danesa porque entendí perfectamente el román paladino en el que se acordaba de mis muertos.

Es cierto que el anuncio, además de estar en clave de humor, es sumamente respetuoso y con cariño, todo hay que decirlo: “Querida España, Dinamarca necesita su ayuda. Los daneses amamos su país, sin embargo hay un problema, el fuerte sol daña nuestra delgada piel y cada día muere un danés de cáncer de piel. Ustedes ya tienen bastante con lo suyo, pero les rogamos respetuosamente su apoyo. Ayuden a un danés al sol”.   Pero también es cierto que si nosotros intercambiáramos el mensaje pidiéndoles que no nos dejen comer mucho queso porque atiborrarnos nos dispara el colesterol y nos ata de por vida a las pastillas… creo que lo único que conseguiríamos sería la misma sonrisa de conmiseración y de gracia que ellos han despertado en nosotros.

 

 

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