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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Rufianes, canallas, sabandijas

Es una verdadera pena que palabras de nuestro idioma tan castizas y definidoras de un determinado tipo de gentuza como “rufián”, “canalla”, o “sabandija”, por ejemplo, se hayan perdido totalmente de nuestro acervo popular para ser sustituidas por el manido, corto e injusto (sus madres pueden ser una santas) “hijo de puta”, más que nada porque faltarían “señoras de moral distraída” para  colocarles a tantos hijos sueltos por el mundo. Los últimos en recibir el susodicho bautizo maternal han sido algunos directivos de la ONG Oxfam, por haber montado en Haití “orgías dignas de Calígula” según afirman testigos. Con esto, dicho así, alguien podría acusarme de mojigata, a fin de cuentas cada cual hace con su sexualidad lo que le dé la real gana. Y más si hablamos de vacaciones, de lugares paradisiacos y de poca moral -habitualmente el común de los mortales no tiene por hábito montarse una bacanal-. Pero si vamos rascando y añadiendo información como que la susodicha “fiesta sexual” fue aprovechando el viaje para coordinar la ayuda de la ONG tras el devastador terremoto que asoló el país, si decimos que se hizo en la “villa” que servía de cuartel general a la organización y que tras el desastre quedaron huérfanas cientos de niñas y de jóvenes cuya única salida para poder escapar de aquel horror era la de ponerse en manos de “hombres” que supuestamente iban a proporcionarles ayuda… entonces el diccionario de los insultos, ya sean pertenecientes al acervo popular o al académico, se me quedan cortos.

Al parecer, un tal Roland van Hauwermeiren, el payo que llegó allí como directivo de Oxfam, tras el desastre, debió pensar que, comparado con la suerte que habían corrido los habitantes de Haití, él era un tipo “supermegachachiafortunado” y que eso se merecía celebrarlo a lo grande. ¿Y cómo se celebran las cosas a lo grande en el mundo de los tipejos que desprecian a las mujeres? Pues está claro: cogiendo a un buen grupo de ellas y sometiéndolas a todo tipo de vejaciones. Y si puede ser en público y compartiendo sus más libidinosos deseos junto a otros individuos de igual calaña, mejor que mejor. Qué importa si esas chicas jamás se dedicaron a vender su cuerpo, qué importa si lo hacen por necesidad, si la palabra “puta” jamás entró en su vocabulario, en sus planes o en su posible definición. Pero, si encima, ¡si encima!, se atreven con niñas como apuntan que ha ocurrido… apartarlos de sus cargos o el descrédito, tanto personal como de la organización no es nada. Nada. Porque ni cortándoles el pene a rodajas pagarían estos granujas. Pero no acaba aquí lo malo. No. El escándalo en sí le ha costado la dimisión a la directora ejecutiva de Oxfam, Penny Lawrence. Y fíjense que yo siempre he estado en desacuerdo con que los tiestos rotos tenga que pagarlos alguien que ni estaba en el sitio cuando se rompieron, tan solo por confiar en que los que fueran a mover el cristal lo harían con la delicadez que la cosa requiere. Pero en esta ocasión la dimisión de la “mirapaotrolao” esta me parece poca cosa. A la Penny L. no la ponía yo ni a vender iguales. Claro que no es cuestión de ceguera, ella no estaba ciega ante los desmanes, pero le convenía mirar para otro lado con tal de evitar el escándalo que ahora ha explotado en cadena. Ella ya sabía del modus operandi del sinvergüenza del Roland, de apellido dificultoso de pronunciar. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque ya lo hizo anteriormente en Chad, y ya fue investigado entonces, y la investigación se cerró con la dimisión de cuatro despidos (vaya usted a saber de quiénes)  y la dimisión del director de la operación ¿adivinan el nombre? Exacto: Roland van Hauwermeiren, que… poco después encontró empleo en otro organización humanitaria francesa dedicada a la lucha contra el hambre, por supuesto gracias a la nula información que los ejecutivos de Oxfam dieron de cara al público o a los otros corrales de gallinas a la hora de contratar al zorro para que las cuidara.

Obviamente, mi fe no ha descendido en las ejecutivas de las oenegés, no, se ha desplomado lo “mismico” que si meten el termómetro de una terraza de Sevilla en Julio a un congelador. Ya, ya, ya me hago una idea de que esto no es generalizado, de que todos no son iguales, de que hay muchos dejándose la piel por ahí. Y en esos son en quienes confío. Pero el peligro de no poder distinguir los lobos con piel de cordero de los corderos… me hace ser cada día más escéptica y desconfiada y eso, lo reconozco, no es nada bueno en un mundo ya desconfiado de por sí.

 

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