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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Querer “no” es poder

 

Me envía, un muy querido amigo, una foto suya coronando la cumbre de un hermoso cerro con su bicicleta tan solo tres meses después de haberse roto la cabeza del húmero. Y la acompaña del siguiente texto: “Querer es poder”. Yo, tras el lógico alucine por le gesta lograda a tan pocos días de una tan considerable lesión, le respondo absolutamente convencida: “No siempre”.

En mi vida he tenido claro que invariablemente “hace más quien quiere que quien puede”, pero de ahí a lograr lo que se quiere… va un trecho enorme. Que le pregunten, si no, a los innumerables enfermos recluidos en hospitales si querrían salir de ahí; a los aquejados de obesidad mórbida si no querrían estar delgados como esos modelos anoréxicos que pueblan las revistas de moda; a los encarcelados si no querrían andar escalando montañas al aire libre o incluso dando otro golpe en alguna entidad bancaria; a quienes llevan turnos aciagos de trabajo que les pregunten si no querrían tener horarios decentes que les permitieran estar con sus familias; a los patosos amantes del baile si no querrían tener el cuerpo y las habilidades que les alcanzaran estar en el Bolshoi de Rusia; a los menos agraciados por la Naturaleza si no querrían poder mostrarse bellos… etc. etc. etc. sin que todos esos quereres se queden tan solo en eso, en un anhelo nada más por no decir en agua de borrajas.

 

Libros como el exitoso “El Secreto” y otros muchos de la misma onda han llevado a una confusión mental bastante considerable. No diré nunca que han hecho daño porque el pensamiento positivo, bien entendido, es decir, “bien entendido” es siempre maravilloso y sanador, pero desear tener una caja fuerte llena de dinero no hace que la caja se llene por mucha fuerza que le pongamos al pensamiento, quizá, para “crear una realidad” sea necesario llegar a un nivel de sabiduría del que andamos muy lejos todavía. Al menos eso mantienen el prestigioso biólogo Bruce Lipton, o el físico Amit Goswami o el neurólogo Jacobo Grinberg quienes sostienen “que las personas que alcanzan estados de conciencia excepcionales pueden conseguir modificaciones de la realidad extraordinarias, en sí mismas y en otras personas”. Y que eso explicaría la eficacia sanadora del chamanismo. Pero pensar de una manera equivocada sobre lo que podemos, o no, lograr solo puede llevarnos, además de a una profunda decepción, a creer que realmente la voluntad es poca cosa. Y nada más lejos de la realidad.

 

Puede que pretender generar con el pensamiento un lingote de oro o sanar de una apendicitis no esté al alcance de nuestras mentes, quizá porque, entre otras cosas, estamos convencidos de que son limitadas, pero sí que está cambiar de patrones, vaciarla de pensamientos tóxicos (y no digamos ya de personas tóxicas que nos rodean y nos chupan la energía y la positividad); mantenerla en calma observando nuestros pensamientos que pasan a la velocidad de luz y pueden iluminarla o dejarla a oscuras para un buen tiempo, desactivar de ella juicios o patrones que llevamos impresos como

a fuego y que no solo no nos ayudan a crecer, sino que nos van poniendo límites que aceptamos por fidelidad parental, es decir, porque mi madre y mi abuela lo hicieron así y esta es la única forma “correcta” de encarar las cosas. Y desde luego, plantar en ella los frutos que anhelamos recoger, no podemos dejarla asilvestrada o poner patatas pretendiendo recoger fresas. Por supuesto que la voluntad, sobre todo en el pensamiento, es importante y necesaria, pero tristemente no siempre es efectiva. Aunque he de confesarles a ustedes que cuando hace poco más de un año me despeñé por un barranco y me partí la tibia y el peroné por el tobillo, una de las primeras preguntas que le hice al médico fue si podría volver a llevar tacones. En aquellas circunstancias en las que me debatía entre llevar el tobillo con más tornillos que un submarino o emparedarlo en escayola colgado de una garrucha… el médico me miró entre perplejo y conmiserativo y dijo: “Todo depende de usted”. Yo respondí: “Entonces vendré con tacones a que me dé usted el alta”. Analizando con el tiempo sus palabras, he comprendido que él se refería a que “dependía de mí” en la medida que yo siguiese sus pautas de mantenerme quietecita y no hacer demasiadas gilipolleces. Pero está claro que mi lectura a sus palabras pasaba por la fuerza sanadora de mi pensamiento y el poder de este en la salud de mis células.

 

Dice Eisntein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Y en eso estoy de acuerdo. Pero de ahí a poder porque se quiere… como que no.

 

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