Nos dicen los vecinos de las colindantes regiones a la nuestra que no salimos de una fiesta y ya estamos metidos en otra. Y lo dicen con cierto retintín como si ellos fueran capaces de hacerle asco a una cosa así. Si les soy sincera, yo creo que, más que “retintín”, es un poco de envidia.
Seguramente, nadie les ha hecho recapacitar en la idea de que “el hombre es un animal de costumbres”, aunque yo pienso que es precisamente la costumbre la que hace del hombre un animal (me ha “quedao” bien, ¿verdad?). Y eso lo sabe el ser humano, quizá de una manera inconsciente, pero lo sabe; por eso se empeña, una y otra vez, en romper las costumbres que sacan de él su parte más irracional. Y rompe la costumbre de estar sobrio agarrando alguna borrachera de vez en cuando; y rompe la monotonía de las comidas caseras saliendo a comer o a cenar los fines de semana a los restaurantes, o viceversa: si se tira la semana comiendo por los bares lo que se ha dado en llamar (muy bien llamado, por cierto) “comida basura”, anda deseando que llegue el día que pueda quedarse en casa frente a un plato de potaje de lentejas; y si se acuesta temprano habitualmente, aprovechará los sábados para acostarse… también temprano, pero de la mañana del domingo, y viceversa: si el curro se tiene por las noches y no hay más remedio que trasnochar, pillar la cama temprano será su forma de mandar al carajo la rutina. Y si se trata de formalísimas chicas, trabajadoras y madres de familia, entregadas a su profesión y a sus seres queridos, esposas fieles o novias a punto de dar el “sí”, se pasaran la rutina por el arco del triunfo (léase entrepierna) y se largaran de vez en cuando a una de esas salas en donde unos chicos musculosos marcando paquete les harán mandar la rutina (como decía muy finamente mi abuela) a donde se fue Solano. Mientras que, si por el contrario, las chicas en cuestión se pasan la semana proporcionándole callos a ciertas partes innombrables, se dedicaran a romper sus hábitos dándose baños de asiento de agua y bicarbonato. Y lo mismo para los chicos, que eso de la canita al aire, o sea, perder una cana: rejuvenecer, no es más que una forma de cambiar de aires -o de rutina- sin cambiar de ventilador.
Por todo eso el ser humano establece rupturas a lo largo del año con fiestas que descalabran, al menos tres veces, lo cotidiano. Y de año a año procura hacer un paréntesis mensual para recobrar las fuerzas perdidas, incorporar de nuevo a su vida la ilusión gastada por las aristas de todo un año, o engrasar las ganas de vivir que se van oxidando, anquilosando ante la asfixiante rutina.
Lo que ocurre es que esos paréntesis no siempre responden a las expectativas con las que fueron abiertos, porque al igual que un virus informático que se nos cuela en el ordenador, de la misma forma, cuando nosotros abrimos nuestro paréntesis vacacional se nos cuelan en él una serie de personas o personajes que, como los virus, nos joden el programa.
Como consuelo para quienes han andado verdes de envidia de que enjaretemos la Semana Santa con las fiestas primaverales más hermosas del mundo (puestos a comparar…) les queda el consuelo de que hoy llegan a su fin. Aunque…, como alimento a su desazón podemos añadirle la información de que aunque hoy sea el “Entierro de la Sardina”, la realidad es que hace una semana que la enterramos y que llevamos celebrando el jolgorio comiendo riquísimos arroces con todo tipo de carne. Entre paparajote y paparajote. Que todo hay que decirlo.