He de reconocer que lo primero que pensé cuando leí los requisitos del anuncio fue “jolines, en lo único que entro es en la estatura”. Nada de tener entre treinta y cuarenta años, aunque en realidad esa es mi edad, claro que con unos meses más. Nada de tener licencia de armas, aunque una sea de armas Tomás y pueda repartir la estopa que haga falta si se tercia. Lo que ocurre es que el “munchimillonario” sir inglés descendiente de rey Carlos II de Inglaterra, Escocia e Irlanda, así como de Enrique I y Jorge IV, lo dejaba bien claro en el anuncio, busca a una mujer de “treintaytantos” que le dé un heredero, y digo yo, no le daría igual un chucho o que una aporte ya creciditos los herederos… porque, claro, a cambio el septuagenario, que eso no lo hemos dicho, estaría dispuesto a soplarle un millón de euros al año, a dejarle su tarjeta de crédito para que comprara hasta que la fundiera y la llevaría de continuas vacaciones a diferentes lugares maravillosos. Francamente, mi frustración es que haya tardado tanto en poner el anuncio, tanto que me haya hecho perder la oportunidad de mi vida, aunque eso de la licencia de armas… pensándolo mejor, como que no, que las armas las carga el diablo.
Por otra parte… a quién no le gustaría vivir en una jaula de oro a cuerpo de rey; acostarse con un yayete que, ¡bienvenida incoherencia!, posa para darse a conocer con una metralleta Thompson en una mano y su perrito Jasper en la otra (que, dicho sea de paso, tiene abogados personales, quiero decir perrunales y viaja en limusina) y que tiene “empapelá” la casa de armas de fuego; vivir en un castillo del siglo XIV, a las afueras de la civilización, que tendrá más fantasmas que algunos concursos de Gran Hermano y, sobre todo, que está dispuesto a comprar a una mujer como fábrica de bebés para lograr tener lo que en setenta y tantos largos años la vida o las diferentes mujeres que han pasado por su cama no le han dado. ¿A quién no le puede seducir semejante panorama? Si ese es el sueño de cualquier treintañera.
La verdad es que el mundo está muy mal repartido, pero que muy mal; unos tan ricos y otros tan pobres; unos cargados de hijos y otros dando su reino por lograr un heredero; unos flacos hasta decir basta y otros obesos; unos tan maravillosamente bellos y otros tan insoportablemente feos; unos brillantes, inteligentes, otros que les da absolutamente igual quedarse yermos; unos altos, otros bajos… y así hasta el infinito. Pero resulta que para casi ninguno de los muchos grupos citados es posible ejercer de vasos comunicantes y darle a su antagónico un poco de lo que a ellos les sobra: belleza, inteligencia, altura… etc. Sin embargo… sí que hay algo que puede trasvasarse a cambio de engaño, bueno, más bien de autoengaño. Y eso es el dinero. Los ricos pueden dar su patrimonio a cambio de dejarse engañar convenciéndose de que reciben amor. Está claro que pueden comprar medicinas, pero no salud; o que pueden –como el rey de Marruecos- comprar relojes de millones de euros cuajados de brillantes, pero no pueden comprar ni un segundo más de vida; y pueden comprar palacios, pero no hogares. Y por esa regla pueden comprar mujeres y voluntades, pero no amantes esposas, otra cosa es que ellos estén convencidos de que han sido sus encantos quienes han conquistado al amor de sus visas, y otra cosa, bien distinta, es que sea así.
Y de esa guisa nos encontramos a marqueses, “baroneses” y “briatoreses” paupérrimos con despampanantes mujeres que les dan “sopaenleche” o herederos. Lo que haga falta. Aunque para ello ocurra como en el chiste del ancianete de noventa y nueve años que le cuenta alborozado a su doctor que su flamante esposa estaba embarazada. Este, sin inmutarse le dice que le va a contar un historia: “Un cazador sale a cazar osos y confunde su rifle con su bastón. Ve al oso, hace como que le dispara y el oso cae muerto”. El vejete le contesta muerto de risa que eso no podía ser, que alguien habría tenido que dispararle desde algún sitio. Y entonces el médico le dice: “Ahí es justo donde quería llegar”.
Por otra parte, ya decía el gran Kierkegaard: “Existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad, otra negarse a creer lo que sí es verdad”.
Yo, por mi parte, sigo lamentando tener que declinar la oferta de este señor de ingresarme un milloncejo de euros al año en mi cuenta. Lo siento, claro está, sobre todo por lo que él se pierde.