Siempre pensé que eso de los parches era para los piratas y para las ruedas de bicicleta, pero, francamente, no se me ocurrió pensar que también inventarían los parches para el corazón. Pero, claro, las ciencias adelantan que es una barbaridad, y ya no son solo los piratas quienes presumen de parche en el ojo, ahora somos muchos los que exhibimos de forma orgullosa un parche sobre nuestro corazón. Vale que el de los piratas sea negro y, a veces, con una calavera pintada, y el nuestro sea casi transparente, aunque lleve nitroglicerina como para volar un barco pirata, pero eso es algo que, como la lencería que usamos las mujeres, aporta… una forma nueva de asomarte cada día a la vida.
Leo en el XL Semanal del pasado fin de semana una entrevista a José Coronado, en donde asegura que el infarto que sufrió “no fue un aviso, sino una bendición”. Y eso es algo en lo que coincido plenamente con él. Ya ven. Y sí, tienen razón al pensar que hay que ser “mutontolaba” para tener que llegar a esos extremos para comenzar a valorar realmente las cosas que tienen valor y jerarquizar lo auténticamente importante. Asegura Coronado que, de alguna manera, se siente mal cuando le pregunta la gente cómo está porque ha comprendido que hay personas enfermas que están muchísimo peor que él y que ese episodio le enseñó a “poner los pies en la tierra, a analizar mejor las cosas, a darme cuenta de la edad que tengo y a aceptarme”. Fíjense, dicho así, aunque no lo sea, parece casi una nimiedad porque todos pensamos que tenemos los pies en la tierra y que analizamos las cosas cuando hay que hacerlo. En cuanto a lo de darnos cuenta de la edad que tenemos… yo creo que eso lo hacemos, tanto hombres como mujeres, cuando la vida nos tira del caballo y comprobamos que aquello que ejecutábamos sin esfuerzo hace casi nada, no es que lo podamos seguir haciendo con un poco más de voluntad, es que ya no podemos hacerlo de ninguna manera, por mucho que sigamos intentando engañar al espejo con potingues y tintes para el cuerpo y el pelo. La edad es la edad y podremos quitarnos años de cara a la galería, pero nuestros huesos saben perfectamente los años que llevan sosteniendo el andamiaje. Y ya… si hablamos de aceptarnos… ese problema, o sea, el “no” aceptarnos, lo hemos tenido y lo seguimos teniendo las mujeres, pero ahora, por desgracias para ellos, han comenzado también a tenerlo los hombres que no aceptan quedarse calvos, engordar, perder el óvalo facial, tener canas, o la piel deshidratada…, vamos, que no nos aceptamos. Y paso de poner la lista con la que nos torturamos las mujeres porque es sobradamente conocida.
Sin embardo, tras una sacudida de la vida como puede ser un cáncer o un infarto en donde no es que se vea el famoso túnel, es que se ve a San Pedro sonriendo y dándote la bienvenida (que sin querer ser antipática o desagradecida, hay invitaciones que mejor declinamos para dentro de cien años), la vida comienza a tener un valor aquilatado. Y entonces vas siendo más consciente de las señales que emite tu cuerpo cuando le obligas a hacer algo con lo que no está de acuerdo, y hay que ver las cosas que hacemos en las que él no está de acuerdo: asistir a lugares por puro convencionalismo social, por ejemplo; o mantener conversaciones con personas desagradables o tóxicas sólo porque nos lo imponen absurdas reglas de cortesía y educación; o atiborrarlo de comida o bebida innecesaria. Es ahí cuando se comienzan a escuchar esas señales de inquietud o incomodidad y adquieres, inesperadamente, el valor suficiente para dejar de perder tu preciosa vida en tonterías como buscar la aprobación de los demás o estar pendiente de sus juicios, porque la vida se compone de tiempo y cuando regalamos nuestro tiempo estamos regalando nuestra vida. Y, por supuesto, comenzamos a centrarnos mucho más en el presente que en el pasado, tan lleno a veces de resentimientos, o en el futuro, tan cargado de planes que quedan sin cumplir en tantas ocasiones. Y los detalles nimios como disfrutar de un helado o contemplar la naturaleza con las personas amadas se convierten en los momentos cumbres de nuestra existencia.
Y esas cosas tan hermosas que nadie debería perder de vista pero que, sin embargo dejamos de ver hace tanto…, nos las trae de nuevo al presente ese parchecito pirata que nos ponen sobre el corazón tras un infarto porque, como en las más nobles tradiciones piratas, el cofre del tesoro se encuentra tras la bandera pirata.