Recuerdo como si fuese ayer mismo cuando hace un año murió mi padre. Un venerable joven de noventa y dos años. Yo no quería que pusieran su edad en la tarja mortuoria porque, por regla general, cuando se mira la identidad del fallecido, si frisa los ochenta, suele aflorar al rostro una mueca, no de sorpresa o de “quiénlospillara”, sino de “puesyaestababienquelapalmara”, a fin de cuentas ha hecho su vida, no digamos ya si son “ochentamásdiez”.
Y yo me pregunto cuál es la edad idónea para morirse. ¿Tiene que morirse una persona solo porque tenga años? (tener años no es lo mismo que ser anciana, hay viejos de veinte años y chulazos de la vida de noventa). Decía, tiene que morirse sin tener en cuenta que sea totalmente autónoma, que pueda ser una biblioteca viviente, que estén entregando al mundo lo mejor de sí mismas, que tengan una lucidez que para sí quisieran muchos jóvenes que andan empanados de la una a las veinticuatro cada día… O, por el contrario ¿ha de seguir vivo alguien solo porque atesore menos almanaques… ¿de la cuenta?, aunque su vida sea un auténtico desperdicio, un insulto a las leyes divinas de la vida o a la simple regla del mantenimiento humano?
Entiendo, ¡¿cómo no lo voy a entender?! Que el ser humano está preparado para enterrar a los padres, pero no para hacerlo con los hijos y que, realmente, lo peor que puede ocurrirnos es que se nos muera un hijo. De hecho no hay palabra que defina a quien lo pierde: viuda para quien pierde a su marido, huérfano para quienes quedan sin padres… pero ¿Cómo llamar a quien entierra su propia vida? ¿zombi? Pero entendiendo esto, me niego a que se cuantifique el dolor por la muerte de alguien amado dependiendo de su edad. Sinceramente, creo que más que la edad es la relación que nos une con el difunto lo que cuenta y lo que muchos no entienden.
A veces la vida es demasiado cruel y arrebata a personas jóvenes, demasiado jóvenes, la salud, la autonomía, y hasta el deseo de seguir vivas. Y, entonces, ¿han de mantenerse vivas por obligación? ¿Han de permitir cuantos experimentos pretenda la medicina experimental solo porque no llegan a la edad “marcable” para poder morir?
Yo recuerdo que los días siguientes a la muerte de mi padre, mientras yo vivía el duelo lógico, había momentos en los que otros dolientes de muertos jóvenes me hacían sentir como si yo no tuviera derecho a llorar a mi padre solo porque tenía noventa y dos años. Pero era mi padre. Y para mí no tenía edad. Yo seguía siendo su nena pequeña y, aunque tuviera que cuidarlo o protegerlo yo, con él me sentía segura, amada, resguardada de cualquier peligro. Y sé que esa sensación ya nunca más podré volver a sentirla. Está claro que hay padres y padres, que los hay cuyos hijos hacen rogativas al patrón de sus pueblos para que se los lleven pronto con ellos. Y no, no porque estén sufriendo por alguna enfermedad y sus vástagos se conmuevan con su sufrimiento y lo pidan por misericordia, no. Lo piden porque les resultan el mayor de los estorbos, el más complicado de los problemas, la más pesada de las cargas.
Desde luego, si jamás es bueno generalizar en nada mucho menos lo es en el tema de la muerte, de las filias y de las fobias. Pero creo que, en demasiadas ocasiones, ninguna edad es buena para morir, y en otras cualquier edad es perfecta para hacerlo.
Dicen que aquí venimos para aprender, me gusta más que esa otra frase hecha de que venimos como los yogures, con fecha de caducidad. Y, si venimos a aprender, todos aquellos que se marchan jóvenes son, supuestamente, alumnos aventajados, que no listos, quizá los listos son aquellos que saben engañar fingiendo que no aprenden, suspendiendo curso tras curso para que esa esquelética y macilenta maestra que ha de aprobarlos les siga dando la oportunidad de hacer bien los deberes.
Ya sé que pocas veces ocurre lo que deseamos o soñamos en cosas referidas al tránsito de este mundo al otro, pero por pedir que no sea… no me apetece ser una muerta guapa y joven. Si puedo elegir prefiero que chasqueen los dientes al leer mi tarja pensando que ya estaba bien ¿noventa y dos como mi padre? Pues no sé, al Señor no hay que ponerle límites. Y, si es posible, que sea como el del chiste: “Yo quiero morir durmiendo, como mi padre. Y no gritando como los pasajeros que llevaba”.