Por cuestión de armonía de pareja me he visto obligada a “tragar”, obviamente sin masticar, cantidad de películas, por no decir todas, referentes a todos los conflictos bélicos habidos y por haber, en especial aquellas que trataban de la Segunda Guerra Mundial y todo el terrible holocausto causado a los judíos. Sí, ya sé que es historia, ya sé que todos deberían conocer la historia porque es la única forma de evitar que se reproduzca, y, sobre todo, que es algo que no podemos permitir que el mundo olvide. Pero qué quieren que les diga… contemplar la degradación, la perversidad, la crueldad del ser humano y más sabiendo que no se trata de “una película”, sino de una realidad espantosa siempre me ha producido un esfuerzo superior a mi ánimo. Y aun así, por “amor”, las he visto. Eso sí, dejando claro que jamás pisaría ninguno de esos lugares tan cargados de dolor, de desesperanza, de muerte. Como si los lugares geográficos tuvieran más importancia que los territorios en los que habitamos con el alma, y como si los enemigos solo pudieran ser aquellos que son diferentes a nosotros.
Con frecuencia recuerdo las catequesis que recibí para mi Primera Comunión, ya entonces me hablaron de enemigos, pero a mi corta edad (que no luces) me parecieron demasiados, por mucho que del alma se tratara: ¡el mundo, el demonio y la carne! Lo del demonio… más o menos lo entendía, el demonio siempre es el demonio y mejor no mentarlo porque no siempre es fácil reconocer sus sibilinos consejos. Aunque, eso del ángel hablándote en la oreja derecha y un tipo rojo como el fuego con cuernos y rabo, en la izquierda, no siempre estaba tan claro, porque lo mismo hay ángeles en la izquierda que en la derecha, que cornudos hasta en el frente. Lo de la carne ya subía un grado en la dificultad, porque, vamos a ver, de qué carne estamos hablando ¿de la que nos forra a nosotros o de la que manducamos? De todas formas, si hay que dejar de comer carne, se deja y, por mucho que digan que el cerdo no hace daño a quienes comen su carne sino a los que se comen su espíritu, nos volvemos vegetarianos, pero si es de la otra ¿qué hacemos, nos pelamos? En cuanto al mundo… ¡Dios mío! Si el mundo es nuestro enemigo, apaga y vámonos. No es que yo me hiciera, por aquel entonces, semejantes reflexiones filosóficas, pero sí que dentro de los límites de mi lenguaje y por tanto de mi mundo, experimentaba un desasosiego fuera de lo común entre los niños ilusionados con la fiesta que acompañaba el rito de la Primera Comunión.
Hoy, muchos años después, tras haber visitado lugares en los que unos hombres torturaron tanto a quienes creían sus enemigos como a quienes eran sus propios compañeros de barracón tan solo por lograr un nimio beneficio y que juré que jamás visitaría… Después de asistir, cada día, al espectáculo que ofrecen los mass-media en donde se corrobora que, efectivamente, el mundo en el que estamos, el mundo en el que nos movemos, el mundo que forman aquellos a quienes amamos, todo nuestro mundo o nuestros mundos andan sembrados de “hongos” venenosos dispuestos a embadurnar con su veneno a la primera de cambio a quienes se interpongan entre ellos y sus intereses económicos, políticos, sociales, amorosos, o vaya usted a saber… Después de comprobar que el demonio y el ángel, no es que convivan con el ser humano, es que son parte integrante de él y que, por tanto, tan capaces somos de las mayores heroicidades como de las peores perversidades. Y, sobre todo, después de haber tenido la oportunidad de entender que la carne es débil y que, a través de esa debilidad excusamos o perdonamos lo inexcusable y lo imperdonable. Y también tras comprender que la carne puede torturarse y aniquilarse y aun así es imposible, a través de ella, aprisionar el alma… Pues, qué quieren que les diga, sino que entiendo mucho más y mejor aquel precoz aviso que, a través de una infantil catequesis estaba preparándonos para el mundo.
El ser humano puede que no siempre reconozca a sus enemigos, es más, puede que convierta en enemigos a quienes jamás pretendieron serlo. Pero, a fin de cuentas, estando en este mundo, quien puede escapar de enemigos.