Hace unos días, mientras preparaba la comida y cambiaba de canal para ver en cuál de ellos dejaban algunos tipos, pertenecientes a determinados partidos políticos, de enfrentar a unos ciudadanos contra otros, mi mano paro de golpe ante la imagen de al menos una docena o más de perros galgos heridos, con miembros amputados, semiahorcados, y moribundos… la escena, a poca bondad que se tenga, aunque no se sienta el mínimo amor por los animales, estremecería cualquier corazón. Bueno, cualquiera menos los de los canallas cazadores que los torturan, los dejan medio heridos y los abandonan a su suerte cuando acaba la temporada de caza. A febrero le llaman, en las asociaciones que recogen y cuidan a los animalicos abandonados, el mes negro. Aunque yo creo que para negro el corazón de esa gente. No puedo entenderlo. Les aseguro que no puedo entender que sean incapaces de construir el mínimo sentimiento de cariño, de gratitud por esos seres vivos que se desviven en serles fieles, en correr más que ninguno de sus compañeros con tal de traer a sus… ¿amos? (me revuelve las tripas esa palabra hasta para establecer relación persona-animal, pero sus amos son puesto que deciden sobre sus vidas como si les pertenecieran a ellos) la pieza cotizada.
Está claro, lo he dejado patente en numerosas ocasiones, que siento un profundo respeto y amor por esos hermanos nuestros de cuatro patas y pelo y que no pierden ocasión para demostrarnos que pueden querernos incluso más que nosotros mismos, sin embargo, ese amor que les tengo no impide que comprenda que haya muchos de ustedes a los que sólo de pensar convivir con un perro les produce más urticaria que revolcarse en un prado de ortigas. Lo entiendo. Y respeto la opinión y el sentimiento ajeno siempre y cuando ese rechazo no lleve a realizarle algún tipo de daño físico a ninguno de ellos. Estoy convencida de que uno de los propósitos de la vida es ayudar a los demás, y cuando no se puede ayudar, al menos, hay que procurar no hacerles daño. Y no sé si a ustedes les pasará, pero yo no logro entender que nadie haga daño gratuito y porque sí a ningún animal. Pero si encima se trata de un animal al que “supuestamente” has cuidado, al menos mientras ha durado la temporada de caza, le has mirado a los ojos mientras depositaba a tus pies la pieza cobrada, y has recibido su lealtad en forma de lametazos o de bailes alrededor de ti… abandonarlo, maltratarlo o matarlo solo define la clase de persona que se es. Y ese tipo de gentuza, capaz de perpetrar tales hazañas, debería estar como los forajidos en el oeste, empapelando las paredes de los lugares públicos con su careto.
España a finales del 2018 ostentaba el vergonzoso título de ser uno de los países a la cabeza del abandono de mascotas. Todos los días nos despertamos con noticias sobre salvajadas efectuadas sobre estos inocentes y desprotegidos animales, que si los abandonan atados en mitad de la nada, que si los mantienen en condiciones terribles hasta que acaban muriendo, que si fulano o mengano alquiló un coche para abandonar a su perro en el culo del mundo y que nadie relacione esa maldad con él… etc. etc. Decía la Guardia Municipal de Fogars de la Selva que los animales no dejan de sorprendernos nunca y que vale la pena hacer cuanto esté en nuestras manos para mejorar las condiciones de vida de ellos. Lo decía tras dar a conocer la historia de un perro de su localidad de nombre Piqué. Piqué persiguió, a todo lo que daban sus patas y sus pulmones, por una autopista, a un camión que llevaba al matadero a las ovejas del rebaño que él había estado cuidando. Por suerte, el animalico no sufrió daño alguno ni tampoco provocó ningún accidente. Y pudo ser rescatado sano y salvo. Los guardias decían que si se tratara de seres humanos se estaría hablando de valores. Pero quien se atreve a negar, comparando lo que hacen unos y otros con los unos y con los otros, que, llamándose como se quiera llamar, no muestran los perros más nobleza, más lealtad, más constancia, y más amor que muchos humanos.
Esta semana se ha celebrado el Día Internacional de la Felicidad. “No conozco la receta de la felicidad, pero seguro que incluye un perro”. No sé quién dijo esa frase, pero estoy segura de que si sabía que la felicidad incluía un perro, era porque estaba feliz.