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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Agárrate que vienen “curvys”

“Aviso de extravío: He perdido la cintura y la necesito urgente para el verano”. Lo vi por internet, me produjo risa, me sentí identificada con la “gracieta”, imagino que como muchas otras mujeres, y me lo coloqué en el perfil de WhatsApp. Sin embargo, esas consideraciones asumidas en la realidad por el común de los mortales, nada o poco tienen que ver con lo que la industria de la moda nos quiere meter por los ojos. Y no, no me refiero a la continua tortura de andar de operación biquini a operación año nuevo, de vivir en un sinvivir cada vez que te tomas una cerveza o una marinera y no digamos ya si hablamos de donuts o de tartas, sino de esa descarada desfachatez de algunas firmas textiles en querer darnos hipopótamo por liebre. Y les explico: a ver, es cierto que, afortunadamente, hace unos años surgieron las modelos “curvys” que no son otra cosa, ni más ni menos, que mujeres normales, quizá un pelín más espléndidas en carnes pero como muchas de las reales con las que nos cruzamos en la calle, aunque el nombre no les vaya mucho puesto que, cuando engordamos, lo primero que perdemos son, precisamente, las curvas. Quizá iría más ese adjetivo con los hombres porque ellos si suelen presentar lo que hemos dado en llamar “curva de la felicidad” o barriga cervecera cuando entran en kilos.

Pero, vale, se acepta “curvy” como “mujer rellenita”. Pero, de ahí a que la archiconocida y famosa diseñadora de ropa interior Victoria Secret, la de las modelos en sujetador con alas de ángeles, quiera endosarnos que Barbara Palvin, una espectacular modelo ucraniana de uno setenta y cinco de estatura y cincuenta y cinco kilos de peso, es una modelo “curvy” es ya tocarnos mucho los ovarios.

 

En primer lugar, para mí y para todas las mujeres de más de cincuenta y cinco kilos, es, de entrada, una ofensa que la meta a ella en la serie de modelos gorditas. Si ese pedazo de mujer esta gorda, no quiero ni imaginar en donde me metería a mí y a otras mujeres con más peso. Lo más seguro: en el cuarto oscuro de su taller. Parece ser que para llevar las conocidas alas en sus desfiles no tienen que ser perfectas, estéticamente hablando, sino unas flacas de narices en donde no se vea, ni se luzca la persona, sino el objeto a vender.

 

Pero lo peor de todo esto no es ya que nos catequicen con el espíritu de las escuálidas, algo que llevan décadas haciendo, sino que ahora quieran hacernos comulgar con ruedas de molino y que, además de castigarnos imponiéndonos unos modelos imposibles de seguir, nos fustiguen llamando “gorditas”, por decirlo con cariño, a unas chicas de cincuenta y cinco kilos. Que parece que viene a ser la misma cosa pero de ninguna manera lo es. Viene a ser algo así como que una vez que hemos asumido que no somos héroes por no haber tenido la oportunidad de hacer una gran hazaña, nos convenzan de que somos cobardes, que más que rizar el rizo es echarle a la cosa una buena dosis de mala leche.

 

Las redes sociales están que arden con el temita. Craso error. En estas cosas, volver a abrir debates que no conducen a ninguna parte viene a ser como… “vuelta la burra al trigo”, es decir, hartazgo sobre hartazgo. Porque no es ese el tema que debería incendiar los medios de comunicación, sino un boicot en toda regla a diseñadoras, marcas, tiendas de ropa y demás, que no contemplen como algo normal, natural y real el tallaje de las mujeres que pueblan nuestras ciudades. Eso para empezar, y después, una concienciación inculcada desde la más tierna edad de aceptación de nuestro cuerpo.

 

Admiro a la humorista australiana Celeste Barber, me río mucho con ella (busquen alguna foto suya en Internet). Esta mordaz mujer, que argumenta que los famosos utilizan Instagram para disparar su popularidad a través de fotos artificiosas y a veces en posturas casi imposibles, se dedica a tomar esas fotos y parodiarlas colgándolas más tarde en las redes. Argumenta que cuanto más forzada y más estúpida es la foto, mejor será el resultado. Y les aseguro que tiene toda la razón. Ver una sesión de imitaciones produce una descarga de sana realidad.

 

Entretando, y en medio de tanta estupidez, recordemos que “para tener un cuerpo perfecto para ir a la playa. Sólo se necesita: tener un cuerpo, e ir a la playa”.

 

 

 

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