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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Amor de madre

Tiene tres hijos que abarcan el complejo abanico de la adolescencia. Su marido, reponedor de un supermercado, la repuso por otra, algunos años más joven que ella, en uno de esos periodos de crisis que casi todas las parejas atravesamos en algún momento de nuestra vida. Él les pasa a los hijos la pensión alimenticia que estipula la ley, ni un céntimo más, sin importarle si hay extras de dentista, ropa, psicólogo… o cualesquiera cosa que pueda considerarse lo que ya de por sí denomina la palabra. Por supuesto, no hablemos ya de clases de música o artes marciales a las que los críos se empeñen en asistir.

Ella estudió auxiliar de clínica, pero no tiene trabajo estable, así que bendice cada oportunidad que tiene de quedarse alguna noche cuidando enfermos en los hospitales, atendiendo ancianos en sus casas o echando alguna hora limpiando escaleras de comunidades de vecinos. No le importa encadenar una noche de sanatorio con una jornada extenuante, con lo cual, en muchas ocasiones enlaza un día con otro sin apenas descanso. Es buena, atenta, educada y sabe lo que se lleva entre manos, así que, los primeros anuncios con el número de su teléfono por todas partes han dado paso al boca-boca y ha llegado un momento en el que tiene que priorizar y decir “no” a ofertas que se le acumulan.

Los críos viven bien. No para hacer alharacas, pero sí para tener cubiertas sus necesidades y algún que otro caprichillo, gracias al tremendo esfuerzo y sacrificio de la madre. Y ajustándose a la norma que nos define a los hijos como unos grandísimos egoístas, se permiten reprochar a la madre aquello que, por comparación con otros amigos, ellos no pueden tener. Ya saben, puras gilipolleces. Y los padres, en este caso la madre, respondiendo, cómo no, al estereotipo de padres, se siente culpable por no haber podido estar más tiempo con sus hijos. Se recrimina en ella cada neura que muestren los críos, cada error que cometan, cada frustración que no se cortan en escupirle a la cara. Siente profundamente no pasar más tiempo con ellos, no dedicarle más atención, pero quiere proporcionarles las mejores oportunidades posibles y eso, piensa ella, solo se logra preparándolos lo más eclécticamente posible, culturalmente hablando.

Ella se lo ha dado todo, no solo la vida, sino su propia vida, cada día, a chorros. La escucho hablar de sus hijos y yo, imagino que como muchas otras madres, me identifico totalmente con ella en ese sentimiento que es una de las mayores razones de la vida, y automáticamente me viene a la mente una canción de amor romántico de José Manuel Soto, titulada “Por ella”, que encierra un hermoso mensaje de amor: “Por ella las puestas de sol y las madrugadas, por ella los sueños de amor y las noches amargas (…) el llanto, la risa, el abrazo…” Y, claro, en ese fogonazo automático que la mente me dispara, se me abren, como esas palmeras simultaneas de fuegos artificiales, varios destellos que van desde el momento en el que su marido podría haberle cantado esa canción a ella hasta el momento terrible de la decepción, de la separación. Y pienso que hay canciones de amor que sólo pueden cantarse a los hijos porque, a no ser que se sea una desnaturalizada, solo el amor de madre justifica frases como “por ella -por ellos- sigue viva la estrella que guía mis pasos. Por ellos no me desmorono ante los fracasos…”

El mundo está lleno de mujeres que se ponen en pie cada día pensando en sus hijos, que hacen cuanto pueden y más por ellos y para ellos y que encima se sienten mal porque, dandoselo todo, dandose ellas mismas para que de nada carezcan los nenes, todavía se sienten culpables por no poder permanecer más presentes en sus vidas, sin tener en cuenta que cada uno de esos céntimos con los que pagan todo aquello que precisan esta acuñado con gotas de su sangre.

Dice la canción que “por ella las flores, la música, el mar, la lluvia y el viento…”. Es posible cuando se ama con la pasión de un corazón no voluble. Pero mientras que muchas veces la vida nos demuestra que ese amor, y no la mujer, è mobile qual piuma al vento, el amor de madre es roca firme que desafía tempestades.

 

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