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Ana María Tomás

Escribir es vivir

No todos los son

No sé si ustedes vieron hace un par de años una serie televisiva titulada “El Ministerio del Tiempo”. En ella no se trataba del tiempo atmosférico, sino del histórico. Un supuesto edificio lleno de puertas conectaba con cualquier época pasada, y sus agentes se movían de un periodo a otro luchando porque la historia no fuera alterada por otras fuerzas que conocían esas posibilidades. Un auténtico sueño. ¿Se imaginan…? Poder viajar a determinadas épocas pasadas con los conocimientos y las habilidades adquiridas por el paso de los años, sabiendo el resultado de las batallas, el día de la muerte de nuestros más amados y admirados personajes históricos, las consecuencias de determinados actos… o llevar hasta tiempo atrás adelantos médicos presentes…   En uno de los capítulos, la protagonista tiene la posibilidad de conocer a Lope de Vega, del que se enamora, no tanto por el físico sino porque ya andaba de siempre enamorada de él por sus textos. Ya saben que quienes escriben poesía tienen el poder de enamorar sin acercarse siquiera, así que, cuando ella, mirándolo a los ojos le recito: “Desmayarse, atreverse, estar furioso,/ áspero, tierno, liberal, esquivo,/ alentado, mortal, difunto, vivo,/ leal, traidor, cobarde y animoso/ (…) creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe.” Él cayó también rendido ante la rotunda muestra de seguridad de ella y la halagadora sorpresa de descubrirse admirado por semejante mujer.

Yo he soñado escenas de viajes en el tiempo desde pequeña. La de veces que habré imaginado una conversación con Quevedo,  Cervantes, Teresa de Jesús, Francisco de Asís, Blas de Lezo, Leonardo Da Vinci, Marie Curie, Viginia Wolf… y que sé yo cuantos más. Me obsesioné de manera especial cuando descubrí al soldado poeta Garcilaso de la Vega, su capacidad para la espada y para la pluma, ambas armas poderosas, su revolución de la métrica en la poesía española, y su “Yo no nací sino para quereros;/  mi alma os ha cortado a su medida;/  por hábito del alma misma os quiero./ Cuanto tengo confieso yo deberos;/ Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero.”

De momento, y creo que solo por ahora, parece imposible abrir una puerta y salir al Siglo de Oro, por ejemplo, pero sí es verdad que leyendo las obras de los grandes, acercándonos a las ciudades en las que vivieron, entrando -cuando eso es posible- a las casas que los albergaron… de alguna manera se consigue viajar en el tiempo. Por eso yo, cuando viajo a la ciudad de algún literato, quienes me acompañan, ya saben que es de obligada visita museos, casas o monumentos relacionados con la persona en cuestión.

No todos saben que en Montilla (Córdoba), se estableció, nada más llegar de Cuzco, (Perú), Gómez Suárez de Figueroa, conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, así firmaba. Primer mestizo cultural de América que supo aunar la cultura indígena americana y la europea, alcanzando gran renombre intelectual. Se codeó con Góngora y Cervantes. Y uno de sus títulos más célebres es “Comentarios Reales de los Incas”. Es verdad, no todos tienen por qué saber o conocer a este hombre, pero considero que los ciudadanos de Montilla deberían llevar a gala ese hecho. Pues hete aquí que hace unos días me encontraba merodeando sus calles en busca de la dichosa casa del Inca, cuya recomendación viene en su guía turística, cuando le pregunté a dos adolescentes por ella. Pues, oigan, como si les hubiera dicho “¿Habeís visto ese platillo volante?”. Se miraron con cara de sorpresa entre ellos y respondieron: “No lo conocemos. De nuestra calle no es”. A mí se me vino a la mente el emoticono del mono del WhatsApp tapándose los ojos mientras se me caía el alma al suelo, porque eran dos chavales que, con seguridad, en uno o dos años entrarán a la universidad. Por unos momentos, el desánimo por nivel de implicación cultural de los jóvenes casi me domina. Pero entonces pensé en Malala Yoisafzai, quien recibió un tiro en la cabeza de los talibanes por empeñarse en asisitir a la escuela, algo prohibido a las niñas. Pensé en Greta Thunberg, una chica de quince años que llevó hasta la cumbre de Katowice la protesta por la falta de medidas contra el cambio climático. Pensé en Jack Andraka, quince años, creador de una nueva y barata forma de detectar el cáncer de páncreas. Y pensé en todos los chicos que terminan sus estudios siendo los primeros de sus promociones. Y el alma me volvió a su lugar. Por suerte… no todos lo son

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