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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Eulogia

Eulogia podría ser usted o yo. Ella es como uno de esos trabajadores de empresas como “Glovo”, que se van dejando la vida a chorros todos los días intentando cubrir expediente, pero que, hasta que no los mata un camión de basura, ningún foco de luz se posa sobre ellos. Nada más esclarecedor, revelador y evidente: basura. Al final cayó sobre ese pobre paquistaní toda la basura que llevaba soportando sabe Dios desde cuándo. Pues con Eulogia lo mismo: Hasta que no se le vuelque sobre ella misma toda la basura, que como un escarabajo pelotero lleva arrastrando, no parará. Claro que, al final, no son ellos los que paran, sino que la misma vida los para en seco y de golpe. Como el repartidor de Globo, ella también trabaja para otra empresa que la obliga a inscribirse como autónoma y que tampoco quiere saber mucho de cómo hace para llegar al final del día porque lo único que cuenta son los resultados. Seis pedidos tenía que entregar el trabajador de “Glovo” montado en una bicicleta sorteando toda clase de obstáculos. Igual que el vehículo sobre el que Eulogía transporta su propia carga, sólo que las empresas son distintas aunque “presuntamente” igual de negreras (según dicen sus propios trabajadores). La de ella tiene el nombre registrado desde hace siglos, se llama “Esperanza”. Ya saben, eso que dice que es lo último que se pierde. Ese estado de ánimo en el cual se cree que aquello que uno desea o pretende es posible. Ese empecinamiento de pedir día tras día peras al olmo y esperar que las dé al día siguiente. Esa cosa que se riega con obstinación aunque en el tiesto en el que depositamos el agua no haya ni una sola semilla de ella. Y, en esa vorágine de llegar cada día a cumplir objetivos, pedalea en esa otra bicicleta de la vida, de la que siempre escucha que se caería en el momento en el que dejase de pedalear.

Eulogia viene de Eu-logos, que significa “La que habla bien”, sin embargo ella, al contrario de lo que su nombre indica, no sabe hablar. Ella es una artista que expresa sus estados de ánimo mediante la pintura, los colores, las texturas… Sus cuadros siempre eran hermosos y vivificantes, se vendían bien, tenía éxito y era reconocida, pero un mal día le salió al paso un maromo, del que se enamoró con toda su alma, él era un galerista incapaz de hacer nada de lo que ella hacía y le molestaban demasiados su brillos, así que, en lugar de admirar su trabajo, lo envidió hasta el extremo de llegar a convencerla de que no valía. Tan malo, tan poco productivo, tan inútil… que ella, viéndose tan solo con los ojos que él la veía, fue poco a poco dejando de pintar, dejando de cuidarse, y abandonándose totalmente a la incapacidad, mientras que él, libre de la sombra de la artista, y sabiéndola al buen recaudo del amor que ella le profesaba, se pavoneaba entre mujeres que consideraban al galerista poco menos que un genio.

De nada le sirvieron a ella avisos de amigos, advertencias familiares para ponerla en guardia de tan mezquino ser, pastillas antidepresivas o ponerle delante espejos para que viera la auténtica belleza que exhalaban cada uno de sus poros, recordarle lo que había sido capaz de pintar, los premios obtenidos internacionalmente o desparramar ante ella óleos, lienzos y acuarelas… Porque ella seguía mirándose con los ojos de quien la había despojado de su propio ser. Mirando y buscando su aprobación hasta en lo más insignificante en tanto que él saltaba, como las abejas, de flor en flor.

Durante años, ha sido una “Juana la loca” llevando de allá para acá el cadáver de su amor, negándose a verlo muerto, a enterrarlo, o mejor y más sano, a mandarlo a tomar viento. Empeñada en seguir en ese difícil equilibrio de una vida vacía de ella misma y entregada rendidamente a su verdugo mientras iba convirtiéndose en un espectro de lo que fue ante la impotencia de todos los que la amaban.

Sin embargo, hace días, cuando un camión de la “basura” mató a ese pobre hombre que repartía paquetes, ella sintió que en ese cadáver estaba metafóricamente su propia vida. Llamó a un amigo y le dijo que ya no podía ni quería vivir así. Y él le dijo: “Ven, salgamos. Vamos a comprar lienzos, pinceles, pinturas…” Ella intentó apuntar que ya no tenía inspiración y él le dijo: “Pues pinta la noinspiración”. Y en ello está, aunque para que no se olvide de ello, su amigo le envía cada mañana la foto de un amanecer recordándole que la vida comienza cada día en un lienzo en blanco que ella tiene en sus manos.

 

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