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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Cuestiones a resolver

 

Conocí a Víctor Küppers a través de un muy querido amigo, y confieso que caí rendida ante sus aplastantes reflexiones. No es que antes no hubiera escuchado cientos de planteamientos similares, harta de ello estaba, pero quizá me encandiló su capacidad de transformar en papilla un solomillo filosófico, o me pilló en un momento especial, o porque su teoría coincide absolutamente con mi pensamiento positivo, vaya usted a saber, pero me gustó su personal manera de hincarle el diente a los quejicas irredentos.

Para quienes no lo conozcan, les diré que es un holandés afincado en España, profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona y cuyo lema es una frase de Teresa de Calcuta: “Que nadie llegue  jamás a ti sin que al irse se sienta un poco mejor y más feliz”.

Y claro que todos sabemos, hasta la saciedad, aquello de “Si un problema tiene solución, ¿para qué preocuparse?. Y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?”. Pero este señor vuelve a la teoría de uno de mis filósofos favoritos, también Víktor como él, pero este Frankl y austriaco.

Küppers habla del poder de la actitud; de personas que van como bombillas encendidas a todo gas, o fundidas.  De circunstancias a resolver en lugar de problemas, cuando, efectivamente, son circunstancias y no dramas en donde es imposible pedirle a alguien que sonría o que intente solucionar de la mejor manera posible el tema. Y también afirma que “nunca, nunca, nunca”, podemos elegir o devolver las cartas que Dios nos repartió, pero que siempre podemos jugarlas de una u otra manera y aquí es donde llegamos al punto que tanto insistió en los campos de concentración nazi V. Frankl: al poder de la actitud, a la última de las libertades del ser humano.

Pero ninguno de los dos habla de dos problemas fundamentales… bueno, no sé si llamarlo así o “cuestiones a resolver”. Es lo que en algunas técnicas psicológicas se conoce como “Ganancias secundarias” o “Creencias limitantes”. Y son tan interesantes que no me resisto a compartirlas con ustedes por si les sirve de alguna manera.

Imaginen a una mujer de más de sesenta años que ha dedicado su vida a su hogar y a su familia, sin otras aficiones que cocinar para los suyos y cuidarlos. Los hijos se han marchado del hogar, la visitan en festividades únicamente y el marido pasa bastante de todo. Pero le viene un problema de salud y todos vuelven de nuevo a estar pendientes de ella. Probablemente, a esa abnegada madre le produce, emocionalmente, más satisfacción seguir enferma que sanarse (y, por favor, entiendaseme que hablamos de dolencias sin cierta importancia, pero que, desgraciadamente, pueden perfectamente cronificarse ante la “ganancia secundaria” que proporciona la atención de los suyos, y no digo que lo haga de manera consciente, todo lo contrario, sino del inmenso poder del subconsciente).

En cuanto a las “creencias limitantes”, seguramente nadie le dijo al británico Alex Lewis, que tras perder las piernas, los brazos, parte de la nariz y toda la boca, su vida se reduciría a una serie de inconvenientes, probablemente, porque todos pensaron que él solo se daría cuenta de que ya nunca más podría volver a hacer nada de lo que había hecho hasta ese momento. Alex Lewis contrajo el “síndrome del shock tóxico estreptocópico A”, que conduce a la septicemia (envenenamiento de la sangre), y para poder sobrevivir quedó absolutamente mutilado, pero donde todos veían un tullido, él se veía un agraciado y agradecido de poder seguir con vida. Se obsesionó con volver a besar a su hijo y, con un injerto extraído de su hombro, los médicos lograron reconstruirle algo parecido a una boca.

Y porque él nunca tuvo ninguna  creencia limitante se prestó a laboratorios para que ensayaran con él diferentes artilugios que añadir a sus extremidades biónicas y desde la silla de ruedas logró realizar hazañas que jamás antes se hubiera planteado: ha alcanzado a gatas las cimas más altas de Etiopía, salta en paracaídas, desciende haciendo rafting en ríos agitados, sortea remando en kayak los icebergs de la costa de Groenlandia y nada en Sudáfrica rodeado de tiburones blancos.

Ser optimista es más difícil que ser pesimista, para esto solo tienes que dejarte arrastrar por las malas rachas de la vida que solo acaban cuando te mueres. Y es verdad que nunca podemos devolver las cartas que el destino nos reparte, pero siempre, siempre, siempre podemos elegir cómo jugarlas, incluso podemos hacerle trampas a la vida, sacarnos un as de la manga (aunque sea biónica) y con una sonrisa decir como Alex Lewis: “Esta enfermedad me salvó la vida”.

 

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