Siempre se ha pensado que se necesitaba vocación para meterse a monja o para hacerse cura, pero pocas veces nos hemos planteado la necesaria vocación para profesiones o formas de ganarse la vida cuyo éxito reside en amar o no aquello que hacemos.
A nuestro alrededor tenemos un nutrido grupo de maestras y maestros que dedican su tiempo y sus energías a trasmitir, con amor e infinita paciencia sus conocimientos a quienes todavía conservan la maravilla del asombro, la ternura de la infancia… Tienen en sus manos un barro tierno y moldeable que acusa, como nada, la situación familiar que viven en sus casas, reproduciendo con sus compañeros situaciones de amor, de odio, de generosidad o de miedo. Incluso antes de que los padres de los niños puedan llegar a ser conscientes de cuánto amor o cuanta tristeza albergan y esconden los pequeños cuerpecitos de sus hijos, las maestras, los maestros ya han podido constatarlo. Reconocen, sin dificultad, al líder, a ese niño que crece seguro bajo los mejores auspicios de sus padres y familiares y que va por libre en la clase, de ese otro niño de mirada huidiza que hace mal muchas de las tareas para que su “seño” le dedique tiempo, se acerque a él, lo abrace, lo toque, le dé la razón en que el supuesto paraíso de la infancia es, en muchos casos, una falacia, le acepte su desvalido sufrimiento y le diga que ella sabe que él puede… le diga y le haga lo que sus padres no pueden, no saben, o porque andan tan distraídos en sus peleas como para no ser conscientes de que un niño no es un ser incompleto o carente de capacidad para saber qué está ocurriendo a su alrededor.
Entretanto, el niño busca en los ojos de las maestras la mirada de aplauso que no termina de recibir fuera de la escuela y en sus brazos el espacio para otorgarles, con sus cortos bracitos, el abrazo más sincero y espontáneo que jamás adulto alguno podría recibir.
Parafraseando lo que dice el último y maravilloso anuncio de Coca Cola: por cada “callo” que ande en las aulas sin motivar a los niños, sin educarlos en sus clases, limitándose sólo a pasarles conocimiento y a salir zumbando nada más tocar la campana, hay muchas maestras y maestros que se prodigan a sus niños con total y absoluta entrega, convencidas de que importa menos el mundo que les dejemos a nuestros hijos que los hijos que podamos dejar a nuestro hermoso mundo.